Parece ser que don
Basilio de Sobrecueba fue un hidalgo sin fortuna que sobre 1870 estableció
en Gijón entre la rechifla de sus amigos un taller de construcción de relojes
con el consiguiente fracaso, según contaba Diego
Plata, o sea, Víctor de la Serna, el ilustre hijo
de Concha Espina, en su Nuevo viaje de España. Hacer relojes que señalen más de dos veces al
día la hora exacta es harto dificultoso por su complejidad. Es más fácil imitar
a un cocinero haciendo empanadillas de escabeche o a un tabernero sirviendo
vermú de garrafa con sifón, que entender de espirales, ejes volantes, ruedas de
escape y trinquetes y saber colocarlas en su debido sitio dentro de la caja del
reloj sin que pierdan su compostura. Cosa diferente es que el relojero en
cuestión se dedique a fabricar relojes de sol, salvo que los coloque entre
rascacielos y mirando al norte. Sin embargo, dos de los primos carnales de don
Basilio Sobrecueba, Ismael y Roberto de la Miyar, supieron dar en
el chiste. Se marcharon a Suiza, ese país que tanto gusta visitar hoy a
determinados mangantes de la cosa pública, y aprendieron a montar relojes con
maestría. De hecho, sus relojes de péndulo con sonería, los famosos ejemplares
de Corao, encandilaron a la burguesía
madrileña. En 1891 la Compañía de los Ferrocarriles del Norte les
encargó ocho relojes a 500 pesetas cada uno. También se dedicaron a hacer
fonógrafos. Entre 1900 y 1903 construyeron una serie de 150 para los almacenes “El Siglo”, de Barcelona, incluyendo
bocina, diafragma y muelle, y en 1914 construyeron dos teodolitos con destino a
la Sección Topográfica de la Dirección General
de Montes. Tres años más tarde se dedicaron a fabricar piñones de acero
para relojería de pared para Maurer y
Cía. Entre otras muchas cosas, también fabricaron una serie de relojes de
bolsillo sistema Roskopf. De su
relojería fueron clientes la Naviera Aznar, de Bilbao, Ferrocarriles del Norte, de Langreo, de Asturias y Tranvía Arriendas, Diputación provincial de Oviedo, Bancos de Gijón, Oviedo y
Herrero, Obispado de Oviedo,
etcétera. A mi entender, la llegada del ferrocarril fue la causa de que muchos
viajeros ingleses (donde la diferencia entre el norte y el sur era de casi
media hora) utilizaran relojes con dos esferas: una con la hora local y la otra
con la hora del convoy. Aún así, muchos perdían el tren. Menos mal que en 1848 (año
de la inauguración en la
Península del tramo Barcelona- Mataró) todas las compañías
ferroviarias adoptaron la hora de Greenwich. Digo en la Península, porque el primer
ferrocarril español se construyó en Cuba, entonces provincia española, entre La Habana y Güines, en 1837; y
el primer ferrocarril entre Lisboa y Carregado fue inaugurado el 28 de octubre
de 1856.
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