La noticia aparecida hoy en El
Progreso, de Lugo, es escueta: “Un afilador resulta herido tras cortarse
mientras trabajaba”. Eso sucedió en Sanín, en la parroquia de Lubre. Hombre, esa
noticia es la muestra perfecta de que el afilador herido hacía bien su trabajo y que los cuchillos por él afilados cortaban un pelo en el aire.
Que un afilador se corte mientras amuela y templa un cuchillo dice mucho del
gremio de afiladores y paragüeros. Supongo que viendo caer su sangre al suelo,
el afilador cuyo nombre desconozco juraría en ballarete, esa jerga de los canteiros orensanos de Nogueira de
Ramuín, que también utilizaban los músicos y otros profesionales ambulantes. Un
ejemplo: “Había que chusar anque
oretee ou axa barruxo, porque facía falta zurro, que Sanqueico nono da de balde”,
que C. J. Cela hubiese traducido de forma
correcta por conocer esa jerga, como lo demostró en sus páginas de “El gallego y su cuadrilla”,
capítulo III, “De Peñafiel a las
puertas de Segovia”, cuando “el vagabundo, a cuatro leguas largas,
todavía de la capital, se sienta a descansar un rato y a entretenerse con sus
figuraciones. Por el camino, y en sentido contrario, viene un afilador de barba
florida y jovial además, empujando su rueda y silbando en el caramillo unos
aires silvestres…”. (…) El vagabundo, que tiene sus raras sabidurías, al ver al
afilador se arrancó en ballarete: “¿Cómo che amece o corpurrio? El afilador se
puso color grana hasta la raíz de la sien: “¡Inda os guelfos te ticen, choulo
de lorda!”, etcétera. Al final del capítulo aparecen
algunas voces de jerga del ballarete: Amecer, estar; caxateiro, bailarín; caxiga, cura; curporrio,
cuerpo; choulo,
tonto; guelfos,
piojos; lorda,
mierda; tizar,
comer; varante,
alcalde… Por eso digo que el ejemplo que ponía, utilizado por músicos y
profesionales ambulantes, incluidos los afiladores y paragüeros, lo hubiese
traducido don Camilo a las mil maravillas: “Había que trabajar aunque
lloviese o hubiese barro, porque hacía falta dinero, y Dios no lo regala”.
Desde hace más de trescientos años, a los viejos afiladores que han recorrido
muchos caminos les llaman queicoas. Ahora voy tras la busca del
diccionario Ballarete-Castellano y Castelán-Ballarete, de don Domingo Álvarez Álvarez, a fin de poder desenvolverme con soltura por las trochas de
lo poco que va quedando de Castilla la
Vieja, en el supuesto de que me topase de frente con un
afilador y paragüero por la parte de Gredos, cuando voy por Ávila, que me quisiera interpretar el vals
Pepita con ese chiflo o caramillo que, cuando se sopla con devoción, afloran con maestría las notas de su
escala tonal, de graves a agudas y viceversa. Siempre se aprenden cosas.
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