Álex Grijelmo, en
El País, señala que “hoy se observa
con cierta lenidad la falta de ortografía que consiste en suprimir los signos
de entrada en interrogaciones y exclamaciones; y muchos docentes pasan por alto
tal deterioro expresivo en los exámenes de sus alumnos”. (…) “El inglés y el
francés –dice Grijelmo- no alumbraron esa duplicación (¡!, ¿?). Es cierto que
en una gran parte de las expresiones interrogativas del inglés la sintaxis
ayuda a definir la pregunta mediante la alteración de los términos, así como en
una pequeña proporción del francés: “you are ready” / “are you ready?”; “tu es
prête” / “es-tu prête?” (en español no cambia el orden: “estás preparada” /
“¿estás preparada?”). Pero aquellas sintaxis de la viceversa no alcanzan para
delimitar todas las preguntas, y algunas interrogaciones y exclamaciones largas
se convierten en ambiguas porque no se sabe dónde empiezan. Ni siquiera se sabe
si son interrogaciones… hasta que llega el signo de cierre. Esas dos lenguas tampoco
pueden competir con nuestra ortografía cuando el énfasis va inserto en una
oración, algo que el español resuelve bien: “Y quisieron pagarme ¡cien! euros
al mes”. Recuerdo que, cuando empecé a escribir a máquina, lo hice en una vieja
Underwood que todavía conservo como un
objeto de museo. Con ella tecleé muchísimos folios. Ahora la tengo silente
sobre una mesita que tiene tantos años como la máquina. Cada varios días le
limpio el polvo, aunque no he vuelto a engrasarla. Es negra y suave, como un Platero con esqueleto de hierro colado. Las teclas, redondas, tienen un
papelito con su correspondiente letra bajo un cristal. Algunas se han
oscurecido más que otras, como sucede con las cáscaras de berberecho que
arrastran las olas a la arena de las playas. Pero lo más curioso de esa máquina
“jubilada” son los seis tabuladores de pinza situados en la parte trasera, que
se deben deslizar sobre una regleta milimetrada hasta colocarlos en el lugar
deseado cuando se hacen columnas de números. Cuando comencé a escribir en
aquella máquina descubrí que no disponía del signo de apertura de interrogación,
sólo de cierre. Y cada vez que necesitaba escribir una pregunta era
necesario poner tal signo de apertura con un bolígrafo. Tampoco se podían
acentuar las letras mayúsculas. Eran máquinas de importación fabricadas al otro
lado del Atlántico. Menos mal que, dentro de lo malo, la mía ya llevaba
incluida la “eñe”, para poder escribir “¡coño!”, (esa interjección vulgar tan
española que expresa contrariedad, sorpresa o enfado) cada vez que
intentaba abrir la interrogación y no
encontraba la tecla ni árbol donde ahorcarme.
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