Es inútil, mi niña, que el tiovivo siga dando vueltas con
esos caballitos de cartón a cuestas, similares a aquel otro con el que Ángel Cordero se ganaba la vida detras
de la Lonja,
plasmando instantes fugaces de militares sin graduación, de criadas soñadoras,
de niños con tos ferina, de invitados que hacían tiempo al banquete de bodas en
Salduba… Nuestra infancia quedó
registrada en una estúpida libreta escolar y en un ramillete amargo de fotos de
color sepia. De nada sirve beber un sorbo de Anís La Dolores
para olvidar/recordar algo que siempre se reaviva al olisquear un perfume
barato, o descubrir una hoja de tilo liofilizada dentro de un libro
desencuadernado por la desidia de los traslados. No sé si fue Antonio Gala el que dijo que tres
traslados equivalían a un incendio. Sí, ya sé adónde van las nubes, mi niña.
Verás, las nubes se alejan cada atardecer y regresan a la mañana siguiente
aunque con distintos matices.
--Oiga, amigo, ¿le importa si mojo mi ensaimada en su café?
--Hombre, no sabría decirle…
Por estos lares nos hemos convertido en místicos oradores de
cafetín-concierto. Los políticos arremeten unos contra otros y el contrario se
defiende siempre con uñas y dientes. Y los ciudadanos de a pie observamos
atónitos a unos tertulianos de televisión que sacan el plato con la
frase-papilla, intentando convencernos de que son necesarios los pactos por el bien de
España. “¡España, todo por España!”. Eso se lo decía García Carrés por teléfono a Tejero,
al tiempo que en el Congreso de los Diputados se podía cortar el silencio. Eso
también lo decía Juan de Borbón, el
hombre que nunca hizo nada por España. No veo necesario que alguien tenga que
inmolarse en la pira. A nadie se le obliga a estar en política ni a erigirse en
salvador de nuestros destinos. Vamos a ver si de una puñetera vez dejamos las
cosas bien puntualizadas.
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