lunes, 11 de diciembre de 2017

Algo empieza a ir mal





Yo ya sospechaba algo que me acaba de corroborar Emérito Quintana: La hucha de las pensiones sólo es un artificio contable puesto que nunca ha existido. Es, supongo, un arma que siempre esgrime el Gobierno de turno para asustar a ocho millones u medio de pensionistas cuando se acercan las elecciones generales. Según Emérito Quintana, “los gobiernos siempre tuvieron la astucia de crear un presupuesto separado para el sistema de Seguridad Social, con sus respectivos impuestos, creando la ilusión de que la Seguridad Social no forma parte del Estado. En los sistemas de reparto no hay ningún ahorro, pues las contribuciones de los trabajadores de hoy sirven para pagar a los jubilados de hoy, pero en sus inicios este modelo generaba un gran superávit, ya que había millones de personas contribuyendo y sólo decenas de miles cobrando. Ese dinero extra la Seguridad Social lo invierte en deuda pública, compra bonos que emite el Estado, y el Estado recibe el dinero y se lo gasta ese mismo año. Al final, el dinero vuelve a las mismas manos y el Estado se debe ese dinero a sí mismo”. En suma, es como en el juego del trileo, la más cruel de las pantomimas. Los tres cubiletes y la bolita. Claro, hace falta la colaboración de unos compinches que actúen de ganchos. Una de las formas de convencer a las víctimas es apostando a la elección ganadora, y el estafador paga al apostador ganador que es obviamente su palero. El truco del estafador consiste en esconder la bolita entre las uñas para evitar que la víctima la localice. En algunos casos el estafador permite que una víctima que no es cómplice del fraude, acierte; esto lo hace generalmente cuando la apuesta de dinero es baja y tiene como objetivo atraer más incautos a la trampa. No cabe duda de que el actual sistema de reparto de las pensiones en España tiene un esquema de pirámide, siendo necesario que existan más trabajadores cotizantes en activo para poder pagar a los actuales pensionistas. Aquí, los “beneficiarios” (pensionistas) cobran del dinero de los nuevos “inversores” (trabajadores en activo). Lo que no está escrito en ningún sitio es que el Estado acostumbra a cambiar las reglas de juego en mitad de la partida. Inicialmente el sistema funcionaba porque los jubilados se morían pronto. Pero a medida que fue creciendo el sistema (o sea, cuando la esperanza de vida fue mayor) llegó un momento en el que a esos trileros les resultó más difícil engañar a gente nueva y eso hizo que los nuevos no fuesen “muchos” sino “pocos” en comparación con la gente que tenía que empezar a cobrar en el futuro cercano. Llegado ese momento crítico, el de ahora (con trabajos de baja calidad, alto paro, y mejores expectativas de vida), aquellos que montaron el sistema,  amenazan con subir los años de cotización para cobrar menor pensión y recomiendan hacer fondos de pensiones, en claro beneficio de la banca. Jo, ¡qué tropa! Aquí, como en todos los sistemas piramidales, algo empieza a ir mal, muy mal. Pero lo más triste, si cabe, es que a los trabajadores todavía en activo, casi sexagenarios y con un rabo de años cotizados a sus espaldas, se les engaña miserablemente cuando ya carecen de  capacidad de maniobra. A estos sacrificados ciudadanos, que por causa de la crisis económica se ven hoy obligados a ayudar a hijos y nietos, les ocurre como al perro herido, que jamás logra entender por qué le apalea su amo. Pese a todo, le lame. Pese a todo, les vota. ¡Que les compre quien lo entienda!

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