Yo ya sospechaba algo que me acaba de corroborar Emérito Quintana: La hucha de las
pensiones sólo es un artificio contable puesto que nunca ha existido. Es,
supongo, un arma que siempre esgrime el Gobierno de turno para asustar a ocho
millones u medio de pensionistas cuando se acercan las elecciones generales.
Según Emérito Quintana, “los gobiernos siempre tuvieron la astucia de crear
un presupuesto separado para el sistema de Seguridad Social, con sus
respectivos impuestos, creando la ilusión de que la Seguridad Social
no forma parte del Estado. En los sistemas de reparto no hay
ningún ahorro, pues las contribuciones de los trabajadores de hoy sirven para
pagar a los jubilados de hoy, pero en sus inicios este modelo generaba un gran
superávit, ya que había millones de personas contribuyendo y sólo decenas de
miles cobrando. Ese dinero extra la Seguridad Social
lo invierte en deuda pública, compra bonos que emite el Estado, y el
Estado recibe el dinero y se lo gasta ese mismo año. Al final, el dinero vuelve
a las mismas manos y el Estado se debe ese dinero a sí mismo”. En suma, es como
en el juego del trileo, la más cruel de las pantomimas. Los tres cubiletes y la
bolita. Claro, hace falta la colaboración de unos compinches que actúen de
ganchos. Una de las formas de convencer a las víctimas es apostando a la
elección ganadora, y el estafador paga al apostador ganador que es obviamente
su palero. El truco del estafador consiste en esconder la bolita entre las uñas
para evitar que la víctima la localice. En algunos casos el estafador permite
que una víctima que no es cómplice del fraude, acierte; esto lo hace
generalmente cuando la apuesta de dinero es baja y tiene como objetivo atraer
más incautos a la trampa. No cabe duda de que el actual sistema de reparto de
las pensiones en España tiene un esquema de pirámide, siendo necesario que
existan más trabajadores cotizantes en activo para poder pagar a los actuales
pensionistas. Aquí, los “beneficiarios” (pensionistas) cobran del dinero de los
nuevos “inversores” (trabajadores en activo). Lo que no está escrito en ningún
sitio es que el Estado acostumbra a cambiar las reglas de juego en mitad de la
partida. Inicialmente el
sistema funcionaba porque
los jubilados se morían pronto. Pero a medida que fue creciendo el sistema (o
sea, cuando la esperanza de vida fue mayor) llegó un momento en el que a esos
trileros les resultó más difícil engañar a gente nueva y eso hizo que los
nuevos no fuesen “muchos” sino “pocos” en comparación con la gente que tenía
que empezar a cobrar en el futuro cercano. Llegado ese momento crítico, el de ahora (con trabajos de baja calidad, alto paro, y
mejores expectativas de vida), aquellos que montaron el
sistema, amenazan con subir los años de
cotización para cobrar menor pensión y recomiendan hacer fondos de pensiones,
en claro beneficio de la banca. Jo, ¡qué tropa! Aquí, como en todos los
sistemas piramidales, algo empieza a ir mal, muy mal. Pero lo más triste, si
cabe, es que a los trabajadores todavía en activo, casi sexagenarios y con un
rabo de años cotizados a sus espaldas, se les engaña miserablemente cuando ya
carecen de capacidad de maniobra. A
estos sacrificados ciudadanos, que por causa de la crisis económica se ven hoy
obligados a ayudar a hijos y nietos, les ocurre como al perro herido, que jamás
logra entender por qué le apalea su amo. Pese a todo, le lame. Pese a todo, les
vota. ¡Que les compre quien lo entienda!
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