domingo, 31 de diciembre de 2017

El entierro de Líster





A Belloch le conocí la tarde de un jueves, 23 de mayo, en el zaragozano Fnac de la calle del Coso. Presentaban “El entierro de Líster”. Todavía quedaban butacas vacías. En primera fila, Jesús María Alemany junto a José Carlos Mainer. Un poco más atrás, José Luis Batalla. Aquello prometía. Tomé asiento y esperé a que los coautores (Mariano Gistaín y Roberto Miranda) de un relato donde todos los personales del libro resultaban ser ficticios, excepto Dios, explicasen “la traza de melonar” de una extraña parodia que había sido ilustrada por el genial José Luis Cano. Se hicieron las presentaciones: “Aquí el responsable de Xondica, a continuación un señor no sé si de Barcelona o de dónde, a su derecha Mariano Gistaín, etcétera”. Entonces, como en un alunizaje, aparecieron Belloch y Labordeta. Eran como una pareja de la Guardia Civil de correría a la antigua usanza, sin tricornios con cogotera, sin barbuquejos, sin zurrones y sin naranjeros. A Labordeta ya le conocía desde que dejase a don Lorenzo en Huesca. De Belloch, en cambio, tenía parecidas referencias de las que disponía  cualquier lector de periódicos; quiero decir, de su paso por la Audiencia de Bilbao, de haber sido ministro de Justicia e Interior con Felipe González, de reformar un Código Penal, que se entendía obsoleto por el Gobierno, y de haber participado en un posterior rally a calzón quitado contra su rival Garzón, para que el Congreso de los Diputados aprobase dicha reforma antes de que el despechado jurista, al que un González en pronunciado declive político había llevado de número dos en la lista por Madrid, al que había prometido la cartera de Interior, destapase la caja de los truenos contra unos inexplicables dislates políticos concatenados que amenazaban seriamente los cimientos democráticos. Pero el Belloch de carne y hueso que yo conocí ganaba en la distancia corta. Era un hombre simpático, afable, condescendiente e implicado con la cultura zaragozana. Ignoro si más tarde, en su soledad elegida de las Lomas del Gállego, leería o no “El entierro de Líster”. Eso sería lo de menos. Su aspecto no era ni de juez ni de ministro ni de hidra de dos cabezas. Tenía aire de protagonista de novela de Marcial Lafuente Estefanía, no sé, tal vez  como de gobernador de Cheyenne. Y aquí termina mi cuento de Navidad, que no tiene nada que ver con la Navidad ni pretendía que lo tuviese. Esta noche es Nochevieja y confío en que nadie termine estropeando el cuento.

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