Hoy tenía pensado escribir un cuento de Navidad y me ha
salido un pan como unas hostias. He decidido no publicarlo en mi hueco donde
cada día pongo unos granitos de literatura, en evitación de que alguien pudiese
sentirse triste por carencia de afecto. Llega la borrasca “Bruno” y en Zaragoza hace
un cierzo desagradable. Si a esa anómala circunstancia meteorológica se añade
la proliferación de terrazas vacías pero que ocupan espacio, las motos en las
aceras y los peatones vocingleros que no saben caminar por su derecha, entiendo
que ya va siendo menester alzar la cruz y los ciriales. Decía Ramón Gómez de la Serna que “anda de otra
manera aquel al que le faltan botones en el calzoncillo”. No resulta raro
entender que, entre tanta trampa ratonera, debamos circular lentos sorteando
obstáculos y con la cola de pegar en el bolsillo por si nos vemos en la
obligación de tener que remendar las hechuras de tanto paticojo suelto apoyado
en cachava, muleta o bastón de estoque. Se me antoja que algún despistado peatón
hasta podría perder una gamba saltando excavaciones, ahoyaduras y fosos, porque
Zaragoza está llena de baldosas levantadas, agujeros y alcorques sin árboles. Aquel que lo ponga en duda, puede acercarse por la avenida de San Juan de la Peña.
Y, claro, lo peor podría venir luego, cuando el harto y sufriente ciudadano que
desollase por el sangrante muñón necesitara tener que apoyarse en dos sillas a
fin de poder recetarle al sansirolé responsable de este zurriburi, que ciertos
políticos municipales de nuevo cuño denominan “impecable gestión en la función
pública”, una merecida patada en el bullarenque como un anticipo a cuenta de lo
que más adelante pueden recibir en las urnas. En Zaragoza hemos saltado desde
la orilla triste de la etapa de los
adefesios en tiempos de Antonio González
Triviño hasta la orilla de las salidas de pie de banco de Pedro Santisteve. En medio de ellos quedan Rudi y Atarés, que no hicieron nada de provecho. Y también Belloch, que nos endeudó por los siglos de los siglos con la Expo y el tranvía. En cierta ocasión,
recuerdo, José María Mur, cofundador
del PAR, dijo en unas declaraciones a un periódico local que “los aragoneses
necesitamos más autoestima”. Y estaba en lo cierto. Pero quizás, tal afirmación
sea multa paucis si nos paramos a
observar cómo anda el aceite del candil de aquellos que manejan los dineros
públicos. Sin embargo, por estos barbechos, el contoneo de la andadura del
zaragozano de a pie al mover las tabas nada tiene que ver con los botones de
los zahones, sino con el agujero en el bolsillo causado por el afán
recaudatorio sin contrapartidas razonables de aquellos que hoy sueñan con poder
cortar una cinta diaria a lo largo de todo el próximo año.
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