sábado, 9 de diciembre de 2017

Pinceladas de acuarela





Estos días de frío ayudan a la lectura. Acabo de releer una obra de Alonso Zamora Vicente, “Primeras hojas”, (Espasa-Calpe, selecciones Austral. Madrid, 1985) donde el protagonista es él. Lleva prólogo de José Manuel Caballero Bonald y unas delicadas ilustraciones a plumilla de Julián Grau Santos. Me choca que Caballero, en su sesudo prólogo, siempre nombra a Zamora como “Zamora Vicente”, como si se tratase de un árbitro de fútbol. Pues bien, el libro parte de que “el manojo de recuerdos familiares, amontonado, se ordena en el álbum de fotografías”. Está escrito en primera persona, del singular o del plural. Para Caballero, Zamora es un nieto del 98 y un hijo o hermano menor del 27. Consta de 22 relatos y muchos de ellos, creo que once, terminan con una oración formada por un gerundio. Según Caballero, “puesto que, en términos gramaticales, esa forma verbal cumple también un papel modificador parecido al del adverbio, el hecho de que el escritor lo use tan reiteradamente a modo de colofón del relato, le otorga a éste un matiz de acción ininterrumpida, como de inciertas lontananzas temporales, donde el sujeto de la oración parece ser ya la propia materia narrativa generándose a sí misma”. Zamora no escribe. Zamora pinta acuarelas costumbristas de una infancia, la suya, con una madre recién muerta, unos paseos por el Madrid de principios de los años 20, ora en el paseo de Rosales o la Casa de Campo en tardes invernizas, ora en el cine, ora contando una fugaz escapada, ora de visita en casa de tía Plácida, que una tarde le regaló un “napoleón” de oro. En uno de sus primeros relatos cuenta: “Mi madre murió pronto. No murió en casa sino en un hospital de Carabanchel. Fuimos todos los hermanos a verla el día que la había operado, sin saber todavía que había muerto. Me pusieron los zapatos nuevos, que me apretaban mucho”. Zamora me recuerda en ese libro, marcando las distancias, claro, a la manera de escribir de Elena Fortún. En fin, todo el libro no es otra cosa que el monólogo dramático de un muchacho que nada en la zozobra, que se asoma al mundo de los mayores, o que permanece silente rodeado de crisantemos o cerca de un jazmín blanco, “que nos trajeron –dice- desde Extremadura”. Como sucedía con Celia.

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