Estamos ya en febrero, que comienza con san Trifón, el hombre que amansaba basiliscos. Personalmente, lo que más me
gusta de la Semana Santa, que es la próxima festividad importante en nuestro
calendario una vez pasada la Navidad, es poder comer torrijas. Miguel Espadas, en su magnífico libro “Vinos, platos y recetas de un manchego y
gastrónomos poetas. Madrid-Castilla La
Mancha. Cocina de los siglos XVIII y XIX”,
en ediciones de 2001 y de 2006, ambas patrocinadas por la Diputación
Provincial de Ciudad Real, al hacer referencia a las gloriosas torrijas acude a
lo expresado en su día por Antonio Díaz
Cañabate sobre el suculento plato: “La torrija, como todo manjar simple, es
delicioso.., una torrija no se describe, se come, que es lo más difícil, y se
paladea, lo que es aún más complicado, y luego eleva uno los ojos al cielo, se
bebe un vaso de vino y, después otra torrija, y otra, y otra, y los vasos de
vino consiguientes. Y así los años necesarios hasta que la muerte llegue, en la
seguridad de que Dios no nos pedirá cuentas. Y si lo hace, exhibiremos la lista
de las torrijas comidas y de los vasos de vino ingerido. Total, la gloria
eterna”. Mejor no se puede definir el placer de degustar torrijas. Y Miguel
Espadas añade a lo expresado por Cañabate unos versos interesantes sobre los
que desconozco su autoría: “Esponjosa, la
pálida rodaja / un baño pide, lácteo y decadente / baño de querindongas en
Oriente, / ablución de Popea o Lindaraja. / El huevo de oro, en as de la baraja
/ la cambia, blandongón, convincente, / y el Vesubio en sartén de aceite
hirviente, / le hace bailar con hipos de sorraja. / Su carne de sol frito que se
inmola, / sangre de almibar, málaga y mistela / aguarda en transfusión, y una
cabriola / trapecista de azúcar y canela. / Pero, ay, que si al freírla se
arrebola, / puede trocarse su blandura en suela”. En fin, en la Navidad se
conmemora el nacimiento del Mesías y
en Semana Santa, su muerte. José Antonio
Garmendia, que no fue en vida un sieso manío sino casi, casi, un personaje
cervantino, dijo en cierta ocasión refiriéndose a las dos Pascuas, no sé ahora
muy bien si fue en la taberna que tenía abierta al público Vicente el Traga, que a él lo que le gustaba no eran los fastos del
Nacimiento sino el misterio que encerraba la Pascua florida, “cuando lo mataban”. El genial
Garmendia, siempre tenía una frase oportuna en cada momento. Recuerdo cuando
contó la impresión que le causó a Eduardo
Balbontín ver por primera vez el mar: “¡Ojú,
la que ha tenío que caer esta noche…!”. Julio Muñoz Gijón, autor de “El
misterio del perro, la mermelada y el cantante” relataba que a Balbontín le
propinaron un golpe bajo porque se metió a mediar en una pelea entre dos tipos
de metro y medio, y que siendo multicofrade
murió al jugar con una lanza procesional de romano. La Pascua florida, que coincide con el primer plenilunio de
primavera, suele gastar malas pasadas. Ya lo dice una greguería de Ramón: "La luna es una cámara fotográfica que sólo gasta una placa cuando ve un crimen".
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