lunes, 28 de octubre de 2019

Ferrucio Alentisque Moranchón



A mi amigo Ferrucio Alentisque Moranchón le encandilaba acercarse hasta Sixto, café-bar para tomarse un porrón de vino de garnacha y un platillo con un taco de bonito frito en escabeche de La Marquinesa (formato hostelería y restauración,  preferido de los más reputados paladares)  acompañado de aceitunas, guindillas y cebolletas en vinagre. Ferrucio Alentisque Moranchón,  cabo primero de la Guardia Civil, vivía en el pabellón de solteros de la casa-cuartel y los días que le tocaba ir de correría siempre prefería el naranjero al mosquetón y tener de compañero a alguien que tuviese conversación, buena vista y excelente olfato. Nunca se sabe, al menos eso decía, dónde puede saltar la liebre.  En su morral de cuero negro nunca faltaban media hogaza de pan, varias latas de chicharrillos en conserva, un palmo de chorizo de León, un pedazo de queso manchego y una cantimplora de aluminio con agua. En ocasiones, el postre (sólo una pieza, dos como mucho) lo tomaba directamente de un manzano del polvoriento camino, de una higuera, de un peral, o de un níspero japonés. Cuando se echaba nísperos al morral siempre eran tres o cuatro unidades,  por aquello de “el que nísperos come…”, etcétera. Siempre dormía con la luz encendida, tenía miedo a la oscuridad, y en su mesilla de noche jamás faltó un frasco de agua con tapa de baquelita marrón que le había regalado Sixto de Quirós Fagó, el dueño del bar, un día que le libró de una multa por tener expuesta en la barra una bandeja con pajarillos fritos. Los pajarillos, como los chirlo-mirlos, las alondras ricotí, las palomas zurita, o los sisones eran entonces, no sé ahora, una riqueza nacional que no podía ser diezmada por mor de la afición, que eso de “ave que vuela, a la cazuela” se le antojaba refrán desafortunado aunque tuviese utilidad práctica y no estaba permitido por ley su caza ni para hacer un buen caldo. Ferrucio Alentisque Moranchón leía poesías  “Castellanas”, “Nuevas Castellanas”, “Extremeñas”, “Religiosas” y “Campesinas” ("Obras completas". Compañía Iberoamericana de Publicaciones. Madrid, decimocuarta edición, 1924, tomos I y II) de José María Gabriel y Galán, inspiradas por el poeta en interminables despoblados y  que había ganado muchos Juegos Florales en Salamanca, Zaragoza, Béjar, Murcia y Lugo. Gabriel y Galán dominaba tanto el castellano como el dialecto extremeño. Ferrucio Alentisque Moranchón leía noche tras noche la poesía “Lo inagotable”: ”De rodillas delante de la fosa/ donde se pudre el mocetón garrido, / la pobre vieja sin moverse pasa/ la tarde del domingo”. Más tarde y con la luz encendida, tenía miedo a la oscuridad, se quedaba dormido como un bendito.  Ferrucio Alentisque Moranchón, aunque no era consciente de ello, poseía vena de bardo elegíaco. Cada uno tiene sus manías, todas muy respetables, y Ferrucio Alentisque  Moranchón  le daba a sus manías el calor necesario para que no se le muriesen.

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