A mi amigo Ferrucio
Alentisque Moranchón le encandilaba acercarse hasta Sixto, café-bar para tomarse un porrón de vino de garnacha y un
platillo con un taco de bonito frito en escabeche de La Marquinesa (formato hostelería y restauración, preferido de los más reputados paladares) acompañado de aceitunas, guindillas y
cebolletas en vinagre. Ferrucio Alentisque Moranchón, cabo primero de la Guardia Civil, vivía en el
pabellón de solteros de la casa-cuartel y los días que le tocaba ir de correría
siempre prefería el naranjero al mosquetón y tener de compañero a alguien
que tuviese conversación, buena vista y excelente olfato. Nunca se sabe, al
menos eso decía, dónde puede saltar la liebre.
En su morral de cuero negro nunca faltaban media hogaza de pan, varias
latas de chicharrillos en conserva, un palmo de chorizo de León, un pedazo de
queso manchego y una cantimplora de aluminio con agua. En ocasiones, el postre
(sólo una pieza, dos como mucho) lo tomaba directamente de un manzano del
polvoriento camino, de una higuera, de un peral, o de un níspero japonés.
Cuando se echaba nísperos al morral siempre eran tres o cuatro unidades, por aquello de “el que nísperos come…”,
etcétera. Siempre dormía con la luz encendida, tenía miedo a la oscuridad, y en
su mesilla de noche jamás faltó un frasco de agua con tapa de baquelita marrón
que le había regalado Sixto de Quirós Fagó,
el dueño del bar, un día que le libró de una multa por tener expuesta en la
barra una bandeja con pajarillos fritos. Los pajarillos, como los chirlo-mirlos,
las alondras ricotí, las palomas zurita, o los sisones eran entonces, no sé
ahora, una riqueza nacional que no podía ser diezmada por mor de la afición,
que eso de “ave que vuela, a la cazuela” se le antojaba refrán desafortunado aunque
tuviese utilidad práctica y no estaba permitido por ley su caza ni para hacer
un buen caldo. Ferrucio Alentisque Moranchón leía poesías “Castellanas”,
“Nuevas Castellanas”, “Extremeñas”, “Religiosas” y “Campesinas” ("Obras completas". Compañía Iberoamericana de Publicaciones. Madrid, decimocuarta
edición, 1924, tomos I y II) de José
María Gabriel y Galán, inspiradas por el poeta en interminables despoblados
y que había ganado muchos Juegos
Florales en Salamanca, Zaragoza, Béjar, Murcia y Lugo. Gabriel y Galán dominaba
tanto el castellano como el dialecto extremeño. Ferrucio Alentisque Moranchón
leía noche tras noche la poesía “Lo
inagotable”: ”De rodillas delante de
la fosa/ donde se pudre el mocetón garrido, / la pobre vieja sin moverse pasa/
la tarde del domingo”. Más tarde y con la luz encendida, tenía miedo a la
oscuridad, se quedaba dormido como un bendito. Ferrucio Alentisque Moranchón, aunque no era
consciente de ello, poseía vena de bardo elegíaco. Cada uno tiene sus manías,
todas muy respetables, y Ferrucio Alentisque Moranchón le daba a sus manías el calor necesario para
que no se le muriesen.
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