sábado, 26 de octubre de 2019

Los restos de Azaña deberían estar aquí


Si se quieren hacer las cosas bien, los restos de Manuel Azaña Díaz deberían regresar a España, como en su día regresaron los restos de Niceto Alcalá Zamora, fallecido en Buenos Aires el 18 de febrero de 1949 y trasladados cementerio madrileño de La Almudena en 1979 tras la aceptación de sus familiares;  y los de Alfonso XIII, fallecido en Roma el 28 de febrero de 1942, ya depositados en el Panteón de Reyes de El Escorial desde 1980. El entierro de Alcalá Zamora se hizo sin ningún tipo de honores oficiales, y el de Alfonso XIII, que había sido juzgado y condenado por las Cortes de la II República, se televisó con gran pompa, recibió honores de jefe de Estado y la ceremonia fue presidida por su nieto, Juan Carlos I.  Pero ahora queda atravesada en el corazón de los españoles una espina que deberíamos extraer. El retorno de los restos de Manuel Azaña, no debería demorarse por más tiempo. Cuando los anteriores reyes visitaron a su viuda, Dolores Rivas Cherif, en Méjico, en 1978,  éstos le propusieron el traslado de los restos de su marido desde Montauban (Francia),  fallecido el 3 de noviembre de 1940 y después de haber sido perseguido sin tregua por la Gestapo, por la policía franquista y por un tal Pedro Urraca, “cazador de rojos” en Francia y mano derecha de Serrano Suñer. Un oscuro personaje que entregó a Franco a Lluís Companys; y a los alemanes a Jean Moulin, líder de la resistencia francesa. (Recomiendo la lectura de “Entre hienas”, de su nieta Loreto Urraca)  Pero parece ser que a la viuda de Azaña no le pareció entonces que era el momento oportuno. Pocos meses antes de su muerte por una cardiopatía, había dicho Azaña a sus íntimos: “"Que me dejen donde caiga y si alguien cree que mis ideas puedan ser útiles que las difunda". Y allí se le dejó, envuelto su ataúd en una bandera mejicana, a 50 kilómetros de Toulouse. Ahora, 41 años después de aquella real visita, si parece haber llegado el momento de ese traslado. Sus restos deben volver a España, recibir honores de jefe de Estado, y disponer de un mausoleo digno, como merece, en el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid, junto a la Basílica de Atocha, junto a los restos de Larra, Quevedo, Canalejas, Dato, Sagasta, De los Ríos Rosas, etcétera. Porque Azaña fue, además de un sobresaliente político (pese a que no entró de lleno en política hasta los 51 años de edad), presidente del Ateneo, y un gran escritor que consiguió el Premio Nacional de Literatura en 1926, con “Vida de Juan Valera”. Como curiosidad, doce días después de haberse proclamado la Segunda República española, nació el himno “Canto rural a la República española”, que  se escuchó por primera vez en el salón de actos del Ateneo de Madrid. Manuel Azaña, presidente entonces de esa Institución, presentaba el 26 de abril de 1931 la pieza del compositor Óscar Esplá. De la letra se encargó el poeta Manuel Machado y fue interpretado por la Banda de Alabarderos y la tiple Laura Nieto. En la foto que acompaño puede verse al malnacido Pedro Urraca el día de su boda (1930) con una francesa a la que había conocido en Biarritz, Hélène, que fue compañera de pupitre de Simone de Beauvoir (y que mantuvo un affaire con un militar nazi durante la ocupación, a cambio de privilegios). La madre de Hélène era propietaria de un apartamento que había alquilado Antoniette Sachs, una pintora y militante socialista de origen judío que mantuvo un idilio con Jean Moulin.

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