sábado, 19 de octubre de 2019

No era nada lo del ojo...



Jorge Azcón, que se alzó con el santo y la limosna en las últimas elecciones municipales, y que llegó a la Alcaldía aupado por Ciudadanos y Vox, había prometido en su campaña electoral hacer un nuevo campo de fútbol. Y una vez asida la vara de mando con la fuerza de un calamar se dedicó a contar en los medios la tremenda deuda municipal que había heredado. Nada menos que 863’6 millones de euros, según la auditoría encargada por el nuevo consistorio.  Y  la responsable de la Hacienda municipal, María Navarro, se limitó a señalar que “la situación es delicada”, que viene a ser lo mismo que decir “manzanas traigo”. Vamos, que no era nada lo del ojo y lo llevaba en la mano. No sé si conocerá el lector de dónde viene ese dicho. Lo cuento. Hubo un torero, Manuel Domínguez Campos, más conocido como Desperdicios, nacido en Los Gelves (Sevilla) en 1815, que tras haber sido corneado por un toro, buscó por la arena el ojo, lo tomó con la mano y se lo enseñó a la afición diciendo:”No es nada, no es nada”, para seguidamente limpiarse la cuenca vacía con un papel de estraza. Aquel episodio tuvo lugar en la plaza de toros de El Puerto de Santa María, en 1857. El toro se llamaba Barrabás y era el primero de la tarde. Decían las crónicas de la época: “…después de dos pases naturales y de escupírsele el toro en ambos, el diestro dio un volapié algo trasero y el bicho revolviéndose de pronto cogió al diestro, dándole una cornada en el costado derecho, le recogió con otra en el izquierdo y le volvió a recoger, echándole fuera un ojo”.  Los aficionados contaron más tarde en los cafés que todo sucedió junto a la barrera, y que el toro le enganchó un asta en la mandíbula y, así ensartado, lo paseó por un tercio de la plaza. Nadie pensaba que pudiera salvarse, pero no sólo logró la curación sino que a los noventa días volvió a los ruedos. Aquel torero actuó por última vez en Málaga en 1876, ya sexagenario. Falleció en Sevilla en la madrugada de martes 6 de abril de 1886. Y dicho esto, doy una revolera con tornos y giros elegantes para que los zaragozanos que votaron al PP el pasado 26 de mayo se enteren de lo que vale un peine. Pero no lo que vale un peine de esos que sirven para acicalarse, sino el otro peine, el artilugio de la Edad Media que tenía púas puntiagudas para desollar la piel del torturado. Los incautos miopes que dieron su voto a un demagogo, que antepuso un campo de fútbol a otras necesidades urbanas que necesitaban mucha mayor atención, me recuerdan a los mentecatos que tiempo antes creyeron los cantos de sirena de un primer teniente de alcalde socialista de los tiempos de González Triviño, cuyo nombre no diré aunque me aspen, que dijo que el Auditorio encargado al arquitecto José Manuel Pérez Latorre “no iba a costar un duro a los zaragozanos”, y que sobrepasó los 6.700 millones de pesetas. Ahora nos hacen creer que el estadio lo pagará el Real Zaragoza durante los 75 años de concesión mediante un canon por el uso de las instalaciones. Nos toman por incautos. Dentro de 75 años ni nosotros estaremos aquí para contarlo ni, posiblemente, existirá ese equipo mediocre, comido por la piojera de las deudas y hoy encuadrado en la Segunda División.

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