Imagine el lector al rico terrateniente de un lugar
de la “España vaciada”, como dicen ahora los cursis, en el que todavía no
hubiese llegado el agua corriente a los domicilios (no se asombren, no hace
tanto tiempo de ello) y que instalase en su casoplón un cuarto de baño con las
últimas técnicas del mercado en materia de aseo. Cada vez que ese acomodado latifundista
necesitase exonerar el vientre por una cagalera, tendría que echar en el
retrete un pozal de agua, y cada vez que necesitase afeitarse, o asearse de la
forma más elemental, se vería en la necesidad de tener que hacer uso de una
jofaina. Pues algo parecido está sucediendo con los coches eléctricos. Pere Navarro, director general de
Tráfico, entiende, y así lo ha contado en los medios durante un desayuno
informativo celebrado en Madrid, que “el coche eléctrico es carísimo y no hay
donde enchufarlo”. Y Pere Navarro ha ido más lejos en lo referente a la
movilidad urbana: “Lo que viene son los desplazamientos a pie por el
envejecimiento de la población”. No cabe duda que tal inconveniente, el de la
falta de enchufes en las actuales gasolineras, hubiese podido solucionarlo el doctor Franz de Copenhague de una forma
simple: colocando catenarias en las carreteras e instalando a los coches sobre
sus capotas unos troles. Claro, el inconveniente llegaría cuando, pongamos por
caso entre Calatayud y La Almunia de doña Godina, afanasen el cobre aéreo unos
golondreros chirlerines en plena madrugada, antes del canto del obispo (o del
gallo, dicho sea en el argot romaní) para más tarde intentar vendérselo de extranjis a un chatarrero palanquín.
El atasco sería monumental. Al coche eléctrico le sucede como al Preso de
Brieva; es decir, que sale carísimo al contribuyente y no se sabe donde
enchufarlo. Al final, cuando parecía que teníamos resuelto el problema de la
contaminación ambiental por los motores de explosión, nos vemos obligados a
tener que recurrir a los grandes inventos del TBO.
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