Bavón
Escalante y de la Zarza era guardafrenero en los vagones
de mercancías. Su trabajo consistía en ir montado en una garita y ayudar a
frenar el convoy cuando iba cuesta abajo, accionando una especie de manivela
hacia atrás y hacia adelante hasta notar el chirrido de las zapatas de las ruedas del
vagón sobre la vía. El guardafrenero Bavón activaba aquel artilugio cuando le
avisaba el maquinista mediante el silbado de la locomotora. Los silbidos de las locomotoras tienen su lenguaje. Solía haber una
garita cada cinco vagones o una al principio y otra al final por ahorrar
personal. Estaba a las órdenes del jefe de tren, al que reemplazaba en caso
necesario. Durante las paradas en las estaciones, Bavón solían desempeñar otros
servicios: abrir, comprobar que todas las
puertas estuviesen cerradas y vigilar y avisar si había algún polizonte
oculto. Sobre el traje de panilla llevaba un guardapolvo gris, y sobre su
cabeza, una gorra de visera azul con una palma de roble de color rojo. Cada vez
que paraba el tren, se bajaba, se acercaba hasta la estación y se echaba al
coleto un trago de agua del botijo, porque en todas las estaciones había
siempre un botijo junto a la mesa del factor de circulación. Bavón Escalante y
de la Zarza llevaba siempre en el bolsillo de la chaqueta un ramillete de
plumas estilográficas sujetas con una goma elástica, que vendía a precios
asequibles. Tenían capuchón dorado y cuerpo de color negro de plástico, donde
podía leerse “Johnson Plexiglass 88". Se cargaban mediante un émbolo y se podía ver en
el depósito el nivel de la tinta. Bavón decía a los posibles compradores que el
plumín era de oro de Mannheim. Aquel oficio desapareció con el tiempo, el día
en el que entre los topes de los vagones pusieron unas traqueas que llevaban el vapor a
todos los frenos de los convoyes.. Hubo otros oficios ferroviarios que también
desaparecieron: fogonero, guardesa, calzador, guardagujas, guardabarreras, visitador,
guardanoches, capataz, sobrestante y jefe de tren, sobre los que no he escrito suficiente. Los mozos de equipajes no
pertenecían a la plantilla del ferrocarril. Eran los también conocidos como “mozos del exterior”, o maleteros. Vestidos
con un largo blusón llegaban incluso a portar al hombro fardos de cuerda para
hacer aún más evidente el oficio. El servicio casi se hacía a la carrera,
porque debían intentar hacer el máximo de portes en cuanto el tren paraba en la
estación. Y, hasta que otro convoy hiciera su entrada, permanecían en corrillos
contando historias o bebiendo en la cantina, como hacían los taxistas, o los
chóferes de autobuses puestos por los hoteles, o los balnearios. Los maleteros
no tenían tarifa por servicio, cobraban la voluntad al cliente. Bavón Escalante
y de la Zarza los conocía a todos por su nombre de pila y a veces tomaba chatos
de vino con ellos en las cantinas de las estaciones, que todas las estaciones
no disponían de cantina, hasta que el tren se ponía en marcha. Bavón esperaba
en el andén a que llegase el vagón con su garita. Entonces se montaba echando
una carrerilla en el sentido de la marcha hasta subirse al estribo. Bavón un
día se jubiló y se fue a vivir a Cubillas de Rueda, cerca de León, que engloba en ese municipio también
a los pueblos de Herreros de Rueda, Llamas de Rueda, Palacios de Rueda,
Quintanilla de Rueda, Sahechores de Rueda, Vega de Monasterio y Villapadierna. Ahora busca y vende caracoles y en sus ratos de asueto devora novelas de Rafael Pérez y Pérez.
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