He pasado unos días, gloriosos como siempre, en
Collado Villalba. Llegué en la atardecida del domingo día 6 y La Momia seguía allí, en Cuelgamuros,
esperando su definitivo traslado a Mingorrubio con nocturnidad y helicóptero. Y
el miércoles, día 9, tuve que acercarme hasta la DAT de Alcalá de Henares para
hacer un recado de mi hijo. Mis sorpresas fueros dos: una, que era festivo, san Cervantes; y, dos, que el Instituto
de Enseñanza Media, “Antonio Machado”,
donde debía hacer la gestión, había cambiado de nombre. Ahora se llamaba “Facultad de Medicina”. Tuve dificultades
para entrar. Estaba rodando una serie de televisión y allí todo era falso. Rodaban
un capítulo de “Cuéntame”. Al final
no pude hacer la gestión encomendada, pero aproveché para darme una vuelta por
el casco viejo alcalaíno y por sus soportales a ambos lados de las calles que
se me antojan como algo inefable. La casa de don Manuel Azaña seguía en su sitio, en la calle de la Imagen. Sentí
como un escalofrío. Sigue pegada al convento donde pasó tres meses Teresa de Cepeda. Pero los turistas,
más atentos a los fastos de un mercadillo medieval que a otra cosa, pasaban por
delante de su fachada sin hacer mucho caso. Me vino bien que el DAT estuviese cerrado porque así pude
volver al día siguiente a realizar la gestión. Lo malo fue que aquella sarta de
funcionarios incompetentes y maleducados no me resolvió nada relacionado con el
objeto de mi viaje. Recordé a Larra
y el “vuelva usted mañana”. Pero
regresé al casco viejo y a callejear sin perder la admiración. Dos días después,
el sábado 12, con motivo del Mercado
Cervantino, se vino al suelo una columna de luz sobre el público asistente a los actos y
casi hubo una desgracia, entre los que se encontraba un niño de cuatro años. Se echó la culpa al torbellino de aire precedido a una
tormenta. Y hoy domingo, por la noche, he regresado a Zaragoza. Al salir de la
estación tomé un autobús C-1 y se
averiaron sus puertas. Tomé el segundo y chocó contra un coche. Al final, el tercero,
me acercó al domicilio con un conductor que daba tirones y frenazos bruscos. Es día 13 y todo puede pasar. Ya en casa, me
dispuse a cenar algo cuando comenzaron a sonar los cohetes que ponían fin a las
fiestas pilaristas. Un Congo gastado en pólvora municipal. Y eso, ¿quién lo paga? Todavía pasan por la
acera de mi casa cofrades que han asistido a un insufrible Rosario
de Cristal. Parece como si a todos los zaragozanos les he hubiese entrado
un raro fervorín mariano y un enardecido culto de dulía sin precedentes. Tanto
es así, que los ciudadanos se han trocado en figurantes de una cinta no
filmada, con un traje para la entrega de flores a María y otro traje para acompañar ya de noche a unos faroles-vitrinas con claros
signos fascistas de posguerra, para hacer bueno los deseos del padre Laburu. Decido irme a dormir antes de
que se rompa algo. Nunca digas de este agua no beberé ni ese cura no es mi
padre.
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