martes, 29 de octubre de 2019

Obdulio de la Rocha, alias Carajo de la Vela



En el relato “El coleccionista de apodos”, cuenta Camilo José Cela que a los de Navas del Rey vio que los llamaban talegueros, y a los San Martín de Valdeiglesias, pinches, porque, “según le aseguraron en Cadalso de los Vidrios, el pueblo de los soplones, son muy estirados y presumidos y se creen de Madrid”. No sé la razón pero hace años, cuando llegabas a un pueblo de lo que hoy llaman la España vaciada, lo primero que hacían los lugareños era colocarte un mote, como si te impusieran la medalla de Sufrimientos por la Patria, sin venir a cuento. Comprendo que la gente se aburría de ver siempre las mismas caras y el forastero, rara avis, se convertía en el pim pam pum inevitable, supongo que inevitable, para salir de su insoportable marasmo. Y había apodos para todos los gustos. Recuerdo cuando Obdulio de la Rocha pasaba unos días en casa de unos parientes en un pueblo de La Alcarria, en Brihuega. Los del municipio le motejaron como Carajo de la Vela. La Puerta de la Cadena fue testigo mudo de lo que aconteció aquella calurosa tarde. Era el 14 de agosto y se celebraba la procesión de la Recogida de la Cera, de vieja tradición entre los briocenses y que se remonta a los tiempos en los que el rey Al-Ma’mun de la taifa de Toledo  alojó en 1072 en su palacete de Brihuega a su amigo Alfonso VI,  tras ser derrotado en la batalla de Golpejera (otros dicen Volpejera o Vúlpejar) por su hermano Sancho II de Castilla y de haberse fugado de la prisión de Burgos. Más tarde, Sancho II corrió peor suerte en el sitio de Zamora, feudo de su hermana Urraca. Mientras exoneraba el vientre, Wellido Dolfos, amante de Urraca, lo asesinó de una puñalada certera. Pero esas cosas pueden leerse con más detalle y profusión de datos en el “Cantar de Mío Cid”, conque no seré yo quien eche más leña al fuego de la Historia. A Obdulio de la Rocha le cayó sobre su cabeza la cera de la vela que un monaguillo portaba sobre un cirial cuando el acólito tropezó con un adoquín levantado. Obdulio, en medio de un silencio que podía cortarse con un bisturí, se limitó a gritar: ¡“Carajo, qué dolor”!  Desde entonces, la procesión de la Recogida de la Cera recorre las calles de Brihuega con los cirios apagados y un manojo de espliego en la mano, acompañada por la banda de música y los gigantes y cabezudos, que con sus varas de mimbre hacen correr a la chiquillería.

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