Parece como si Aragón estuviese de guasa. Ayer se
reunían representantes de la Cámara de Comercio de Huesca y diversos empresarios
altoaragoneses, además de Javier Maroto
Aranzábal y los cabezas de lista del PP por esa provincia en el Congreso y
el Senado, Mario Garcés y Ana Alós, respectivamente. Y esos
empresarios asistentes reclamaron a Maroto, el de la moto, “un mayor esfuerzo
en el desarrollo de las infraestructuras de comunicación y una reforma fiscal
que favorezca el desarrollo de la actividad económica”, según leo hoy en El Periódico de Aragón. Para mí que se
equivocaron de interlocutor. Maroto, el de la moto, pinta menos en el devenir
de la política española que Cagancho
en Almagro. Javier Maroto, exalcalde de Vitoria, fue diputado por Álava hasta
2019, pero en los últimos comicios, ay, no consiguió el acta de diputado pese a
ir el primero de la lista, como ya le
había sucedido en 2015, cuando se presentó por Álava en segunda posición. Pero
no pasa nada. Y si pasa ¿qué pasa? Como lo mismo sirve para un roto que para un
descosido, se empadronó en el pueblo de Sotosalbos (Segovia) con un censo de de
118 habitantes, para de esa guisa poder ser designado senador por las Cortes de
Castilla y León, designación que para mí fue un fraude de ley. Y el que no lo
entienda, que se lea el artículo 6 del
Código Civil, referido a “la conducta
de aquél que, con amparo en determinadas leyes, elude o trata de eludir la
aplicación de otras, o bien alcanza o trata de alcanzar un fin prohibido por el
ordenamiento jurídico”. De haber vivido hoy Javier
de Burgos, secretario de Estado de Fomento en 1833, doy por hecho que a
Sotosalbos se le hubiese puesto apellido, como ocurrió con tantos pueblos de
España. Y Sotosalbos podría haberse llamado “Sotosalbos de Maroto”, como a la
Almunia (Zaragoza) se le apellidó “de doña Godina”, en homenaje a doña Godo de Foces, rica propietaria de
Cabañas que en el siglo XII donó una almunia (huerta) a la Orden de san Juan de
Jerusalén para que instalasen un hospital; y a Mansilla (León), “de las Mulas”.
Franco ya hizo algo parecido en
muchos pueblos, como Quintanilla de Abajo (Valladolid), que pasó a llamarse “Quintanilla
de Onésimo”; El Ferrol (La Coruña), “El Ferrol del Caudillo”; o San Leonardo
(Soria), “San Leonardo de Yagüe”. En suma, no sé de qué manera podría ahora Maroto, el de la moto, hacer un mayor esfuerzo en el
desarrollo de las infraestructuras oscenses, o en conseguir una reforma fiscal que favorezca la actividad
económica de la zona. Los componentes de la Cámara de Comercio y los
empresarios (¿de Aramón?) deberían rezar
a otro santo con más poder milagrero, verbigracia, san Trifón, capaz de amasar basiliscos, o a san Judas Tadeo, abogado de las causas imposibles. Maroto, el de la
moto, ya intentó integrar el burgalés Condado de Treviño en el País Vasco y sucedió
lo que en el pueblo imaginario de Tellería, en la película “La pequeña Suiza”, dirigida por Kepa Sojo. Maroto, el de la moto, bastante hizo ya con lograr
empadronarse en Sotosalbos para poder seguir
viviendo a cuerpo de senador a costa del contribuyente. Pedirle peras al olmo o
manzanas reinetas a la higuera parece labor harto dificultosa y de muy escaso rendimiento.
Cosa distinta es manifestar sumisión hacia un político con el propósito de
adularle. Eso se llama rendibú.
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