martes, 15 de octubre de 2019

Sotosalbos de Maroto



Parece como si Aragón estuviese de guasa. Ayer se reunían representantes de la Cámara de Comercio de Huesca y diversos empresarios altoaragoneses, además de Javier Maroto Aranzábal y los cabezas de lista del PP por esa provincia en el Congreso y el Senado, Mario Garcés y Ana Alós, respectivamente. Y esos empresarios asistentes reclamaron a Maroto, el de la moto, “un mayor esfuerzo en el desarrollo de las infraestructuras de comunicación y una reforma fiscal que favorezca el desarrollo de la actividad económica”, según leo hoy en El Periódico de Aragón. Para mí que se equivocaron de interlocutor. Maroto, el de la moto, pinta menos en el devenir de la política española que Cagancho en Almagro. Javier Maroto, exalcalde de Vitoria, fue diputado por Álava hasta 2019, pero en los últimos comicios, ay, no consiguió el acta de diputado pese a ir el primero de la lista,  como ya le había sucedido en 2015, cuando se presentó por Álava en segunda posición. Pero no pasa nada. Y si pasa ¿qué pasa? Como lo mismo sirve para un roto que para un descosido, se empadronó en el pueblo de Sotosalbos (Segovia) con un censo de de 118 habitantes, para de esa guisa poder ser designado senador por las Cortes de Castilla y León, designación que para mí fue un fraude de ley. Y el que no lo entienda, que se lea el artículo 6 del Código Civil, referido a “la conducta de aquél que, con amparo en determinadas leyes, elude o trata de eludir la aplicación de otras, o bien alcanza o trata de alcanzar un fin prohibido por el ordenamiento jurídico”. De haber vivido hoy  Javier de Burgos, secretario de Estado de Fomento en 1833, doy por hecho que a Sotosalbos se le hubiese puesto apellido, como ocurrió con tantos pueblos de España. Y Sotosalbos podría haberse llamado “Sotosalbos de Maroto”, como a la Almunia (Zaragoza) se le apellidó “de doña Godina”, en homenaje a doña Godo de Foces, rica propietaria de Cabañas que en el siglo XII donó una almunia (huerta) a la Orden de san Juan de Jerusalén para que instalasen un hospital; y a Mansilla (León), “de las Mulas”. Franco ya hizo algo parecido en muchos pueblos, como Quintanilla de Abajo (Valladolid), que pasó a llamarse “Quintanilla de Onésimo”; El Ferrol (La Coruña), “El Ferrol del Caudillo”; o San Leonardo (Soria), “San Leonardo de Yagüe”. En suma, no sé de qué manera podría  ahora Maroto, el de la moto, hacer un mayor esfuerzo en el desarrollo de las infraestructuras oscenses, o en conseguir una  reforma fiscal que favorezca la actividad económica de la zona. Los componentes de la Cámara de Comercio y los empresarios (¿de Aramón?) deberían rezar a otro santo con más poder milagrero, verbigracia, san Trifón, capaz de amasar basiliscos, o a san Judas Tadeo, abogado de las causas imposibles. Maroto, el de la moto, ya intentó integrar el burgalés Condado de Treviño en el País Vasco y sucedió lo que en el pueblo imaginario de Tellería, en la película “La pequeña Suiza”, dirigida por Kepa Sojo. Maroto, el de la moto, bastante hizo ya con lograr empadronarse en Sotosalbos  para poder seguir viviendo a cuerpo de senador a costa del contribuyente. Pedirle peras al olmo o manzanas reinetas a la higuera parece labor harto dificultosa y de muy escaso rendimiento. Cosa distinta es manifestar sumisión hacia un político con el propósito de adularle. Eso se llama rendibú.

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