sábado, 3 de abril de 2021

Pensión Patria: habitaciones a pupilaje

 


Hace tiempo que nadie me invita a una boda, que aprovechaba para renovar mi vestuario. No sabría decirles por qué, pero siempre me colocaban entre unos parientes del novio, o de la novia, llegados exprofeso desde un pueblo de Salamanca o de Cuenca y que comían como limas. Yo me limitaba  a observarlos del mismo modo que en uno de mis viajes observé al viajero que ocupaba compartimento en el tren, y que, en un momento dado, puede  que en Alentisque-Cabanillas, o en Osma-La Rasa, que ahora no recuerdo bien en qué páramo castellano, sacó un contundente bocadillo de tortilla de patata y, tras preguntarme el “¿gusta?” de rigor, lo devoró en un santiamén. Me dijo que echando algo al coleto el viaje se le hacía más llevadero. Más tarde, aquel viajero se echó un sueño con la cabeza apoyada en una oreja del sillón corrido y la boca abierta. Ya no se despertó hasta que el convoy llegó a la estación de Aranda de Duero. En el andén una mujer gritaba “hay pan, vino, gaseosa y cerveza”. Y en Peñafiel ofrecían bolsitas con piñones. Ya en Valladolid, en la Estación de Campo Grande, un gran letrero indicaba: “Cuidado con los rateros”. Valladolid era el final del trayecto. El compañero de viaje se acercó hasta la puerta del vagón con dos grandes maletas. Me había contado en uno de sus raros momentos en los que no le adormecía la modorra que era viajante de corsetería fina, que en Valladolid sabían apreciar el género y que solía hospedarse en la Pensión Patria, en la calle de san Quirce, entre la Biblioteca de san Nicolás y la Plaza de santa Brígida, que regentaba doña Fuencisla, viuda de un teniente coronel de Caballería. También me dijo que en una vitrina guardaba el uniforme de gala de su marido difunto y todas las medallas recibidas a lo largo de su carrera militar, incluida la Cruz de San Hermenegildo. Su marido murió, según le había escuchado el viajero a doña Fuencisla, de una necrosis intestinal consecuente del estrangulamiento de una hernia. Todo muy doloroso. Doña Fuencisla, al quedarse viuda, disponer de un piso enorme y una mengua en su pensión de viudedad, se había visto obligada a tener clientes a pupilaje. Solo admitía en su casa a personas decentes. Lo llevaba con mucha resignación.

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