lunes, 26 de abril de 2021

El cocherito, leré

 


Se dice que una imagen vale más que mil palabras. Cierto. La falta de turistas a nuestro país por culpa de la pandemia es la principal amenaza para nuestro PIB. El Gobierno entiende que la vacunación masiva de españoles, con una previsión del 70% de la población antes del verano, puede hacer cambiar las tornas. Pero la esperanza (no la de Triana sino ese estado de ánimo optimista basado en la expectativa de resultados favorables) que es lo último que se pierde, va más lejos todavía y ya he escuchado a una ministra decir por la televisión que en octubre próximo volverán a ponerse en marcha los viajes del IMSERSO, en el supuesto de que para entonces queden viejos para disfrutarlos y deseos de salir por ahí para matar la polilla. Demasiado optimismo. Sólo hay que mirar a India para saber cómo están las cosas en la aldea global. En la imagen que plasmo hoy en mi chat queda reflejada toda la desesperanza de un sector, el turístico, que ya no sabe cómo echar para adelante sin morir en el intento. Sevilla no se entiende, para los que la conocemos, sin coches de caballos trotando por el asfalto del Paseo de la Palmera, sin camareros que escriben los mandados de los clientes con tiza sobre la barra, sin vencejos cruzando el Puente de Triana vestidos de rigurosa etiqueta, sin gotas de cera indeleble en agosto sobre el embaldosado de Sierpes de la última procesión, sin fiesta flamenca en el altozano trianero durante la velá de Santiago y santa Ana, y sin ver la salida y regreso de toreros en la puerta del Hotel Colón. El cocherito, leré, fue una canción infantil que se le ocurrió a Carmelo Bernaola y que formó parte de una obra teatral del mismo nombre estrenada en el madrileño Teatro María Guerrero en 1966. Es necesario que pase este mal sueño de la pandemia. No queda otra que volver a abrir de par en par  chiringuitos y aeropuertos para que los turistas puedan regresar, para seguir comiendo paella infame y bebiendo sangría a las seis de la tarde en la plaza de Santa Cruz o en la calle Betis, que el lugar es lo de menos, y callejear sobre los coches de caballos. Hay que conseguir, también, que al cocherito, leré, le devuelvan los turistas la sonrisa perdida.

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