martes, 6 de abril de 2021

Estepaís

 


A España le está sucediendo algo sorprendente. Es difícil encontrar a un  político (algunos, como Rodríguez Zapatero, no han hecho otro “trabajo” fuera de ese ámbito en toda su vida) que llame al terruño que les vio nacer por su verdadero nombre: España; que deriva de “Hispania”, con el que los romanos designaban al conjunto de la Península Ibérica, o “Iberia” (tierra del río) preferido por los griegos; o los fenicios, que la llamaron “I-Spn-Ya” (Shapan, que es como se lee en hebreo Spn), que significa conejo, o el norte. Pues ahora parece que esta tierra de conejos, España, que deriva fonéticamente de “Hispania” (deformación de “Hesperia”), ya no se llama así. Algunos entienden que España “nació” como término con la abdicación en Bruselas de Carlos I a favor de Felipe II el 24 de febrero de 1556 al desgajarse del Sacro Imperio Romano. San Isidoro de Sevilla (hijo de padre hispanorromano y madre goda) elevó a España a la categoría de “Primera Nación de Occidente” en su libro “Historia Gothorum”. Para Miguel de Unamuno “España viene del vascuence “ezpaña”, que significa “labio”. Pero la idea de España como nación, nos pongamos como nos pongamos, no sucedió hasta la Constitución de Cádiz (1812). Hace pocas fechas, el sociólogo metido a ministro de Universidades, Manuel Castells, hizo un pronóstico en el diario La Vanguardia. Afirmó sin despeinarse: “Si este Gobierno colapsara, que no lo hará, España se desintegraría”. Quizás, para evitar un desastre como el de Pompeya y Herculano y no se gripe el motor del Gobierno que preside Pedro Sánchez, España, ¡no pronuncies su nombre!, se llamará desde ahora Estepaís, que como se dice en el celiano “Oficio de Tinieblas 5”, España, en cuanto a su nombre, “acaba de quedar en el cementerio civil detrás de las tumbas de los masones a su cobijo en el camino de las arañas y de los lagartos”. Hay que evitar a toda costa que al motor patrio no se le ponga “la perla” en la bujía y nos deje tirados en el páramo con el culo al aire, como acontecía con la “lambretta” de aquel boticario de Mansilla de las Mulas, don Filarete Copons Gurís, cada vez que regresaba achispado de vino infame desde el Barrio Húmedo de León. Manuel Castells tiene pinta de profeta Ezequiel y debemos tocar madera.

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