miércoles, 21 de abril de 2021

Paradoja

 


Señala Gabriel Ramírez en El Correo de Andalucía que “Sevilla ha dejado de ser Sevilla” por culpa de la maldita pandemia. Dice que le falta el alma, la alegría y la pasión. También la belleza, aunque esto último no es culpa de la pandemia sino de unos alcaldes que apostaron por los adefesios, verbigracia la Torre Pelli o las “setas” de la Encarnación, por decir algo. Dice Ramírez: “Sevilla sin sus tradiciones más esenciales se vacía por los cuatro costados. Sevilla sin su Feria tuerce el gesto y pierde el lustre que envidiamos el resto de mortales. Sevilla sin la Maestranza abarrotada y guardando silencio mientras el matador tira de la bestia con la muleta en la mano izquierda, no es la misma ciudad. Porque Sevilla es la suma de todo y arrancando de cuajo alguno de sus pilares las cuentas no salen”. (…) ” Por otra parte -sigue escribiendo el columnista-,  no deja de ser sorprendente que los mismos que pidieron algún gesto en Semana Santa para que la ciudad pudiera fingir que las cosas son lo mismo que antes y que solo se trata de un parón, pidan que no se cuelguen farolillos en las terrazas de los bares y cafeterías por si el coronavirus se pone en danza con mayor fuerza”. No, no es sorprendente. Es una paradoja. Los sevillanos durante los últimos años vieron brotar hoteles de cinco estrellas como setas, no como esas setas de la Encarnación que hizo Monteseirín para marear la perdiz de los disparates, sino setas de difícil digestión. Lo cierto es que desde hace ya más de un año no llegan los turistas, ni aquellos que se dejaban los cuartos en habitaciones de lujo ni los que a criterio de otro columnista, Antonio Burgos, ocupaban de pisos “turispatera” en los que “mediante colchones en el suelo y sacos de dormir se metían quince o veinte inmigrantes, casi siempre con menos papeles que una liebre, cuando el contrato lo había firmado un matrimonio africano o sudamericano que le merecía todas las aparentes garantías al propietario, quien estaba convencido de que le iban a cuidar su propiedad inmobiliaria” (ABC de Sevilla, 9/7/2019); o cuando, al referirse al Barrio de Santa Cruz, escribía: “Todo ha sido invadido por el comercio turístico y en Santa Cruz no quedan tiendas de barrio, ni siquiera tiendecillas de los desavíos. Si te hace falta algo para la casa tienes que ir como muy cerca hasta La Alfalfa. Los que resistimos en el barrio deberíamos estar subvencionados, porque aparte de que aquí ya no hay de nada, los turistas se te meten en el zaguán de la casa y te miran en tu patio como si fueses una fiera del zoo, y te hacen fotos” (ABC de Sevilla, 9/11/2018). Algunos sevillanos me recuerdan aquel dicho asturiano: “dinero acá, indiano allá”. Claro, dejar dinero en la ciudad de Sevilla y evitar que se vea por las calles a los turistas que pasan por taquilla en los espectáculos, compran suvenires en las tiendas y llenan plazas hoteleras es algo así como pretender soplar y sorber a un mismo tiempo. Recuerdo cuando a un compañero de trabajo, Gómez, pucelano de nación, le molestaba que los sevillanos no hablasen como los de Valladolid. Claro, siempre me venía con aquella monserga después de haberse echado al coleto cuatro o cinco catavinos de manzanilla en la Bodeguita Romero. Pues nada, es lo que hay.

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