martes, 13 de abril de 2021

Defendella y no enmendalla

 


A estas alturas del siglo XXI existe un asunto histórico que todavía no se ha resuelto pese a estar en vigor la Ley de Memoria Histórica (Ley 52/2007 de 26 de diciembre). Me refiero a un  pueblo de la provincia de Toledo, a 40 kilómetros de Madrid y 5 de Illescas ocupada por las tropas rebeldes el 18 de octubre de 1936. Un militar, el comandante Jesús Velasco, reunió el día 19 a 8 vecinos en el Ayuntamiento para que sustituyesen al mismo número de concejales huidos por temor a perder sus vidas. Y en un acta municipal se acordó solicitar a Franco el cambio de nombre de ese pueblo y pasar a llamarse Numancia de la Sagra en honor a los escuadrones de Regimiento de Numancia que habían ocupado el pueblo y a la comarca en la que se encontraba. En consecuencia, al poco dejó de llamarse Azaña (que procede del árabe al-saniya, molino de agua) en un intento de borrar del mapa el ilustre apellido del que poco antes (mayo) se había convertido en Jefe del Estado, y sin tener en consideración que ese topónimo ya aparece en 1158 en un documento firmado por Sancho III. Prefirieron, supongo que por ignorancia supina, adoptar un nombre (Numancia) de etimología desconocida y relacionada con una ciudad celtíbera desaparecida ubicada en el Cerro de la Muela, en Garray (Soria), destruida por Publio Cornelio Escipión en  el año 133 a.C. tras 15 meses de asedio. También existió la fragata “Numancia” en recuerdo de la gesta soriana. Fue la nave encargada de traer a Amadeo de Saboya a España. Fue dada de baja en la Armada en 1912. En relación al pueblo toledano, que en la actualidad tiene casi 5.000 habitantes, algunos alcaldes socialistas durante la democracia intentaron  que Numancia de la Sagra volviera a llamarse por su antiguo nombre, Azaña, patria chica de Juana Vázquez Gutiérrez (1481-1534), más tarde convertida en la monja franciscana visionaria que adoptó el nombre de sor Juana de la Cruz, llegando a ser abadesa del convento de Santa Juana, en Cubas y sobre la que Tirso de Molina hizo una trilogía. Curiosamente, Carlos I fue a visitarla y el cardenal Cisneros llegó a nombrarla “párroco”, con ciertas atribuciones sobre varias parroquias del entorno. Sobre esa monja se dice que comenzó a tener visiones celestiales a los cuatro años, sostuvo coloquios con los ángeles, rescató almas del purgatorio, sufrió las llagas de la crucifixión, combatió a los demonios y durante sus éxtasis recibió ciertas revelaciones. Pero a lo que iba. Ninguno de aquellos alcaldes consiguió que Numancia de la Sagra volviese a llamarse Azaña. Los vecinos no quisieron el cambio de nombre por razones que desconozco y, de los 9 alcaldes que han gobernado Numancia de la Sagra desde 1979 ninguno de ellos ha estado por la labor de “meterse en líos”. Todos aquellos alcaldes hicieron buena, sin duda por cobardía, la expresión “mantenella y no enmendalla”, que debemos a Guillén de Castro dentro de su obra “Las Mocedades del Cid”, donde dice el Conde: “Procuré siempre acertalla / el honrado y principal; / pero si la acierta mal,/ defendella y no enmendalla”. Ese dicho también fue tomando por Pedro Muñoz Seca con cierta gracia en “La venganza de don Mendo”.

 

2 comentarios:

el allandes errante dijo...

"Procure", don José Ramón, "Procure siempre...".
Aprovecho para felicitarle por sus instructivos y bien redactados artículos.

José Ramón MIRANDA dijo...

Tomo nota de la corrección que me indica el lector. Gracias por leer mis humildes trabajos. Reciba un cordial saludo, J.R.MIRANDA