domingo, 11 de abril de 2021

Conditio sine qua non

 

En España es difícil saber a ciencia cierta cuántos funcionarios existen, cuantos asesores tienen determinados políticos para conseguir el logro de la estima social, cuántos camareros son de temporada y cuántos maletillas recorren las dehesas andaluzas y salmantinas con nocturnidad y deseos de poder triunfar un día, salir a hombros por la puerta grande y tener su propio pasodoble. Cada una de esas profesiones tiene sus riesgos. El político tiene el riesgo de que no le incluyan en las listas en los siguientes comicios y tenga que volver a fichar en la fábrica; los asesores corren el riesgo de que su asesorado deje la política, el padrino para el que se afanan; los camareros corren el riesgo de que les hagan un ERTE previo a un ERE, de miserere, que les deje con el culo al aire; y los maletillas, que les destripe una vaquilla en noche morada de luna llena. Ocupar un escaño en el Congreso, esperar a que el político le pida la opinión al asesor, servir una cerveza en un velador, o saltar la barrera y lanzarse de espontaneo en el albero del redondel, requieren todo ello arte, temple y soltura de muñeca.. Todos esbozan apuntes carpetovetónicos y por su tremendismo sentimos una especie de orgullo ajeno. Por estos pagos es conditio sine qua non ser un gran actor dramático hasta para ser torero de salón. El político debe ser un gran mentiroso compulsivo; el asesor debe saber contar sin fisuras lo que desea escuchar el político; el camarero debe actuar como los mancos, o sea, sujetar la redonda bandeja llena de vasos y botellas con pulso firme con una mano y servir y dar los cambios con la otra; y el maletilla debe aprender la suerte de recibir, es decir, educarse en matar a volapié a un carretón con manillar, rueda, cabeza y cuernos de toro. En cualquier situación, también en política, en los encargos de aconsejar aunque sea mal, en hostelería y en las capeas a tumba abierta, hay que saber mantener el tipo en la cuerda floja, sin red y a la vista del respetable, como se aprecia en el derecho consuetudinario, con esos usos y costumbres que no están escritos pero se aplican, que es la alternativa menos mala. La otra alternativa consiste en echar al forastero al pilón.

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