domingo, 11 de abril de 2021

Áspera belleza

 


En su artículo de hoy en Diario de Teruel, su director, Chema López Juderías, dice echar de menos a los valencianos en tierras turolenses, que son los que disponen de segunda residencia en los pueblos del sur de la provincia y, por lo que se desprende, se dejan los cuartos. El confinamiento perimetral -según afirma López- “solo nos permite recibir turistas de Zaragoza y de Huesca. Y vienen, y muchos han descubierto Teruel gracias a que tienen los movimientos limitados, pero nada que ver con lo que pasará cuando nos abran totalmente”. Vamos, que los turistas de Zaragoza y de Huesca aportan muy poco a la economía de esa provincia, que se limitan a ver paisajes, restos de dinosaurios, el mausoleo de los Amantes y el  mudéjar que conforma la torre de El Salvador, pero dejan poco dinero en comercios, bares y hospederías, que es de lo que se trata. No sé. Yo solo he llegado hasta Cella y, en consecuencia, no puedo contarles mucho de la Capital del Turia. Una vez me dieron un premio literario en 1991 que me comunicó telefónicamente Ana María Navales y que publicaron en la revista Turia. Eran los tiempos en los que Diario de Teruel lo dirigía Carlos Hernández, con el que me unió cierta amistad y con el que llegué al acuerdo de escribir un artículo semanal (“De bote y voleo”) a cambio de que éste me enviase el diario turolense a mi domicilio de lunes a viernes, que me llegaba con un día de retraso. Fue una corta “aventura” que casi duró un año. Por aquellos días yo era articulista diario en ABC y en muchas ocasiones hacía elogios sobre Teruel y su maltratada provincia. En cierta ocasión hasta recibí la llamada del entonces presidente de Aragón, Santiago Lanzuela, agradeciéndome mi interés por esa entrañable tierra.  En total, como digo, me publicaron 48 artículos de los 49 que envié. El último de ellos, “Áspera belleza”, no pasó el cedazo de lo “aceptable” para el director y decidí no seguir mandando mi colaboración. Y él, en absoluta reciprocidad, dejo de enviarme el periódico. Ahí terminó todo. Fue el último de los artículos enviados, el que nunca vio la luz, que venía a contar una breve historia pícara relacionada con los Amantes y que poco tenía que ver con la leyenda narrada por Hartzenbusch ni con el drama lírico de Tomás Bretón, pero tenía su gracia. Carlos se enfadó de lo lindo conmigo y al colgar el auricular coloqué el cartel “Aquí murió el Piyayo”. No pasa nada. En este mundo todo tiende a la estratificación, como se ha demostrado en las excavaciones de Atapuerca y en la riqueza fosilífera de Riodeva, Galve y Peñarroya de Tastavins.

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