domingo, 18 de abril de 2021

Una botella de fino, un catavinos y un clavel reventón

 

Sevilla es una ciudad llena de luz que se presta a las leyendas. A nadie se le escapa la historia de maese Pérez, de aquel organista anciano y ciego que interpretaba partituras en la iglesia del convento de santa Inés, o la leyenda de la Venta de los Gatos en la que hoy es avenita de Sánchez Pizjuán, pero que en el siglo XIX era un pedregoso camino  que llegaba hasta el mismo cementerio. Fue visitada por Bécquer en 1945 cuando sólo tenía nueve años. Le fascinó una joven, de nombre Amparo, que cantaba y bailaba. Le hizo un retrato a lapicero que más tarde se lo regaló a su novio. Hoy, José Manuel García Bautista cuenta en El Correo de Andalucía que también la Feria de Abril tiene sus secretos. García Bautista explica que “la Feria, antaño, ocupaba el lugar en el que hoy está el Prado de San Sebastián junto a los Juzgados de Sevilla y que siglos atrás fue un lugar de muerte y tortura, el lugar elegido por la Inquisición para quemar a sus herejes e indeseables, un lugar que estaba ligado al dolor y que fue ocupado por el júbilo y la algarabía de la Feria, pero se quedaba pequeño aquel recinto y hubo que mudarlo a otro lugar dentro de la ciudad y no demasiado lejos de aquel y lo trasladaron  a Los Remedios”, que es donde en la actualidad se encuentra. La historia referida por García Bautista está relacionada con una de las casetas de la calle Ignacio Sánchez Mejías donde cada noche, a su cierre, quedaba custodiada por un vigilante de seguridad. Cuenta García Bautista: “Todas las noches sentía como si alguien estuviera en la zona de la barra y al entrar se encontraba una botella de fino y catavinos a media medida. Una noche, al sentir el ruido entró rápidamente en aquella zona y encontró a un señor desgarbado, vestido de corto, desaliñado y con un clavel rojo sangre en la solapa, reventón”. El guarda le pregunto: “qué hace aquí”, y aquel hombre le contestó: “Tengo más derecho que usted a estar aquí. Soy socio fundador.” Sigue contando García Bautista: “Al día siguiente hubo una cena en la caseta donde los socios se reunieron y el vigilante trataba de encontrar a aquel visitante a deshoras, pero no lo halló. Así que informó al vicepresidente de la misma y este a su vez al presidente que se encontraba allí. El vigilante le contó lo sucedido y les describió al individuo”. El presidente, muy pálido, le preguntó al vigilante sobre si estaba seguro de eso. El vigilante le respondió al presidente que sí. El presidente sacó una foto de su cartera en la que posaban tres personas, él, el vicepresidente y el  supuesto aparecido. Se la enseñó al vigilante. Al ver la foto, el vigilante contestó: “¡Éste es! Me quedo más tranquilo al saber que es de  aquí y no un gorrón”. El presidente, muy impresionado, le dijo al vigilante: “Es imposible, esta persona era un antiguo socio de la caseta, fundador, pero hace unos años tuvo un accidente cuando regresaba de la Feria y murió, no es posible que sea él”. En la caseta se hizo un silencio sepulcral. En la barra seguía la botella de fino, el catavinos y un clavel reventón.

 

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