domingo, 3 de julio de 2022

Santimamiñe

 


Hace ya bastantes años, con motivo de estar pasando unos días de veraneo en Zarauz,  me acerqué hasta la caverna de Santimamiñe, en el monte Ereño, en la vega de Guernica, coronado por la ermita de san Miguel. Forma parte de la cadena montañosa que, partiendo de las peñas de santa Eufemia, a 15 kilómetros de distancia, termina perdiéndose en el golfo entre Mundaca e Ibarranguelua.  Esa cueva, a 150 metros sobre el nivel del mar, se encuentra próxima a la ermita de Santimamiñe, que es una vulgarización de san Mamés, y que a su vez lo es de san Amandus. En esa ermita es costumbre que se celebre una romería todos los años, dicen que por ahuyentar a las brujas. La gruta se llamó con anterioridad “Cueva de Basondo”, cambiando de nombre en su primera exploración, en 1918, para evitar confusiones con otras cavernas situadas en el mismo entorno. Su hallazgo fue al azar, cuando unos mozalbetes descubrieron durante sus juegos, en 1916, la sala principal. La caverna se encuentra dividida en varios compartimentos: a 50 metros de su entrada está el llamado “salón”. Allí existe un pequeño acceso (hay que entrar tumbado) para penetrar en la “antecámara” y la “cámara”, ambas llenas de dibujos prehistóricos hechos con arcillas ferruginosas que le dan aspecto ocre. Muchas de esas pinturas, sin embargo, son de difícil interpretación al estar poco esquematizadas, a juicio de los prestigiosos arqueólogos Aranzadi, Barandiarán y Eguren. A 150 metros de la boca de entrada se encuentra la “Sala nueva de pinturas” por diferenciarla de la “Sala antigua”, descubierta en 1916. Barandiarán, en un trabajo publicado (“El Paleomesolítico en el Pirineo Occidental”) entiende que existen diferencias mínimas de tiempo entre unas figuras y otras, salvo el estilo y la ejecución. En la explanada existente delante de las escaleras que conducen a la boca había cuando yo estuve de visita, no sé ahora, unas mesitas dispuestas para poder descansar y tomar la comida de alforja. Aprovechando el viaje, tuve ocasión de hacer una breve visita a Guernica y Luno (oficialmente, Gernika-Lumo), unidas desde 1882, antes de regresar a Zarauz. En 1937 fue bombardeada por la Legión Cóndor, al servicio de los rebeldes, haciendo estragos entre la población indefensa. Y ello dio origen a la leyenda de que Pablo Picasso pintase su obra imaginando los desastres causados por el bombardeo  (aunque los temas estuviesen elegidos previamente en un proceso largo creativo como lo demuestran los múltiples bocetos anteriores al 26 de abril) para ser expuesta en la Exposición Internacional de París, en 1937. En realidad, si fuera Guernica la entraña de ese cuadro estaría el roble milenario o los símbolos del Señorío de Vizcaya: lobos cebados en corderos, calles con vascos, bombas; sin embargo, se comprueba que los temas estaban elegidos previamente. De hecho, cuando se expuso el cuadro en París no tenía título ni estaba firmado. Se le conocía como: “Gritos de niños, gritos de mujeres, gritos de pájaros...”. Parece ser que, como no gustaba el cuadro instalado ya en el pabellón y el público europeo le daba la espalda (porque el tema era sangriento y en Europa había barruntos de guerra) ante el malestar general, el pintor guipuzcoano Julián Tellaeche Aldasoro y algunos políticos vascos pidieron que se sustituyera aquel cuadro por otro de Aurelio Arteta.  Al no lograr su propósito, los responsables políticos del pabellón español se vieron obligados a reinterpretar el tema del gran lienzo-mural, y lo relacionaron con el bombardeo de  Guernica, ocurrido por las mismas fechas de la ejecución del cuadro. La verdad es que nada tuvo que ver una cosa con la otra.

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