domingo, 31 de julio de 2022

El lenguaje de las campanas

Lo toques de las campanas en los pueblos de la Comarca de Calatayud tuvieron siempre un significado para los vecinos en la cultura popular de esa Comunidad (compuesta de sesenta y siete municipios) según dejó escrito José Ángel Urzaiz Barrios en dos tomos magníficos en su contenido y editados a expensas del Centro de Estudios Bilbilitanos, dependiente de la Diputación Provincial de Zaragoza. Además de los toques diarios de oración, que eran tres (al alba, el Ángelus a mediodía y otro toque de oración al anochecer) repicados con la campana grande, estaban los toques de llamada a misa y el toque de difuntos, también conocido como toque de clamores, con la combinación de varias campanas con tañidos eran diferentes en cada pueblo. Variaba si se trataba del fallecimiento de un hombre, de una mujer o de un niño. Por ejemplo, en Sisamón (señorío regalado por Pedro IV el Ceremonioso a Juan Fernández de Heredia con fuerte y castillo a su servicio) el tañido estaba formado por secuencias de cinco minutos cada una, que llamaban clamor. Tocaban tres clamores para los hombres, dos para las mujeres y uno para los niños. Pero en otros lugares, para señalar que había fallecido una mujer sólo se daba un toque; se daban dos para indicar que el difunto era un hombre y se tocaba sólo el campanillo para los niños. En otros pueblos de la comarca, la costumbre era finalizar cada toque dando tres campanadas como colofón. El toque de anuncio de niño muerto era conocido como mortejuelo o toque de gloria. Pero había otros toques: el de  “rebato” en caso de peligro inminente o incendio, mediante toques muy rápidos con la campana mayor; el “toque de niebla” o “toque de los perdidos”, para atraer a los desorientados en el campo;  o el “tentenublo”, que avisaba de tormentas. También había un toque peculiar para avisar de que había llegado al pueblo el recaudador de contribuciones, más lento que el de rebato, y un toque de alerta que solo se utilizaba cuando por los caminos próximos aparecían tartanas con miembros de la etnia calé. El forastero siempre fue motivo de prevención vecinal por desconocer sus intenciones.  Para efectuar todos esos toques las parroquias contaban con la figura del sacristán, que también se encargaba de la custodia de los ornamentos sagrados y de la sacristía. En las misas solemnes el sacristán podía estar habilitado para hacer la función de “presbítero asistente” y el uso de la tunicela, más corta, carente de gorjal (collarín) y con menos adornos que la dalmática, destinada a los diáconos. Esa prenda litúrgica puede verse en el óleo “El entierro del conde de Orgaz”, de El Greco, existente en Toledo, en la iglesia de santo Tomé. Se trata de san Esteban, al lado izquierdo (en la parte central del cuadro), frente a san Agustín (lado derecho, con mitra y rostro prestado del cardenal Quiroga), ambos sujetando el cadáver del conde. Más a la derecha hay un cura con roquete de espaldas, y a la derecha de éste aparece el oficiante que practica el responso fúnebre con capa pluvial negra con dorados.

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