lunes, 4 de julio de 2022

Cada cosa en su sitio

 


“Cada cosa en su sitio” es un relato de Andersen que cuenta la ayuda prestada por un buhonero a una joven cuando unos cazadores están a punto de conseguir que caiga en un barrizal y sobre lo hermoso que puede ser un sauce cuando se le deja crecer en libertad. Tiene gracia hoy Martínez Urtasun en El Periódico de Aragón, al referirse a esos tipos que van a determinados establecimientos a buscar lo que parece difícil de encontrar, por ejemplo, zapatos de tafilete en una tienda de prendas deportiva, chuletón de buey en un restaurante vegetariano, o gaseosas de sobre en una ferretería. Y aprovecha para señalar a aquellos clientes que entran en un restaurante que solo ofrecen menús de degustación y se empeñan en que a uno de los comensales le cambien parte del contenido del plato por tener diversas alergias. Pero ello parece imposible. El cocinero, que se ha pasado mucho tiempo pensando cómo satisfacer el más exquisito paladar para que el comensal quede satisfecho, no suele aceptar que se modifique uno u otro plato; ya que, de hacerlo, cambiaría todo el sentido que ha querido plasmar con un “obra de arte culinaria”. Pero hay clientes que se enfadan ante esa negativa por lo que entienden como carencia de empatía entre cocinero y comensal. No es así. Es, por poner un ejemplo, como si un guardia civil quisiera llevar el pantalón del uniforme de color gris marengo alegando que el color verde no le favorece. El cliente siempre manda, pero no debe pretender que en una oficina de farmacia sirvan besugos o alcayatas para colgar retratos. Como bien señala Martínez Urtasun, “si te gusta elegir tu comida, ve a restaurantes con carta, que para eso se inventaron. Eso sí, en los vegetarianos, por muchas opciones que ofrezcan, escasean los chuletones”.   

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