domingo, 10 de julio de 2022

Pollo "a l'ast", milagro turístico

 


Siendo yo niño, recuerdo que lo más socorrido en los banquetes de bodas eran el consomé de ave y el pollo. Hoy, pasados los años, el consomé de ave se ha sustituido por unos sobres que venden en los supermercados (un "sedobrol" de los Laboratorios Roche tambien podía dar el pego en el banquete de bodas cuando se agotaban los cubitos Maggi) y el pollo es algo socorrido en casa del pobre. En mi infancia, digo, parecía algo normal que los domingos  se comiese arroz con pollo, todo un manjar. Claro, eran otros tiempos donde escaseaba todo. Solo había que ver las viñetas de Carpanta en la revista "Jaimito" para darse cuenta de la verdadera situación calamitosa en la España de Franco. Por la profesión de mi padre, médico, solían regalarle algún  pollo, al que la chica que asistía en las labores de la casa debía matar, desplumar, trocear y echar a la cazuela, algo que hoy parece inimaginable. Además de ello, chicas como las de entonces, que salían de casa para casarse y formar otra familia, ya no quedan. Aunque ya no viviese en casa, aquella chica seguía formando parte de nuestra familia y se la seguía queriendo. Nos había visto desde que éramos niños y había jugado con nosotros con paciencia infinita. Ahora existe la figura de la asistenta por horas, que tutea a los dueños de la casa con el mayor descaro, como ocurre con esos repartidores de Amazon que siempre llaman al timbre de la puerta cuando estás enjabonado en la ducha. El invento del pollo “a l’ast” por un industrial catalán simplificó mucho el trabajo en  la cocina. Los catalanes son gente práctica. Pero esos pollos que ahora se asan insertados en un espetón giratorio frente a una fuente de calor ya no son como los de antes, aquellos grandes pollos de corral con los que comía una familia numerosa y aún sobraba carne para hacer croquetas al día siguiente. Ahora son pollos picantones, o pollos coquelet, como se llaman en Francia, de un mes de vida y de apenas de medio kilo de peso, tienen un sabor que en poco se parece al de los otros. En Castilla se les denomina “pollos tomateros” y son algo más grandes. El rustidor vertical de pollos se debe al ingenio de Ignasi Miró Aulaga y su patente se puso en práctica en la empresa Eurast, en 1957, cuando comenzaron a proliferar las granjas de pollos en España. Con  el tiempo, el pollo "a l’ast" acompañado de patatas "panadera" o lechuga se convirtió en la estrella culinaria con la masiva llegada de turistas a nuestras costas. Era una comida muy asequible para el bolsillo, que de igual manera podía comerse fría o caliente, se podía transportar cómodamente y evitaba pasar mucho tiempo en la cocina en periodo de ocio, cuando no apetece ponerse a guisar. Para los establecimientos de restauración costera, por otro lado, resultaba cómodo de preparar y no requería mucho trabajo. Algo parecido a lo que hoy está sucediendo con los kebabs y sus conocidosdöner”  turcos  envueltos en pan de pita (“dürüm”). El döner kebab en árabe se conoce como “shawarma” y “gyros” es su versión griega. Lo que sucede es que a mí los kebabs no me gustan ni en fotografía. Me ocurre algo parecido con la carne de conejo, con el cardo, con los malolientes merengues hechos con clara de huevo, con los fardeles de hígado de cerdo al estilo bilbilitano, con las "madejas" de tripas que parecen nudos de soga de horca y con los callos de cordero, tan apreciados en Aragón. Son manías y a mi edad dudo mucho que cambie.

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