jueves, 21 de julio de 2022

Alberico Tomey, catador de vinos

 


Me contaba un conocido que de vez en cuando invitaba a su hijo y a su muera a comer en algún restorán de la ciudad de cierto renombre. Era una manera de poder estar juntos, charlar y saborear algún plato que desde hacía tiempo no tomaban. Pero aquel hombre cabal, que siempre pagaba la abultada cuenta de los tres, me decía que no le importaba invitarles a comer, pero que había algo que le irritaba. Su hijo, que iba de catador aventajado, siempre pedía al sumiller el vino más caro de la carta sin tener ni idea de vinos. Según me decía su padre, era de ese tipo de personas que están convencidos de que un vino solo es bueno si es caro. Gran error. El mejor vino es el que más satisface a quien lo toma, al margen de su precio. Aquel hijo, como decía, presumía de conocer añadas; y sin venir a cuento soltaba una retahíla de las mejores, a su criterio. El padre, que sólo tomaba chatos de clarete en la taberna de debajo de su casa, le escuchaba como el que atiende a una homilía en una iglesia parroquial, es decir, con resignación y deseos de aprender. El hijo, consciente de que podía expresar lo que le viniera en gana, sabedor de que ni su padre ni su propia mujer iban a comprobarlo, continuaba presumiendo de experto en Enología. Era como si alguien te preguntase en qué día de la semana cayó el 5 de octubre de 1915 sin tener a mano un calendario perpetuo. Yo digo, por decir algo, que en jueves, o en miércoles, sin que nadie pueda discutirlo. Llegados a un punto, aquel hijo le explicó a su padre que los calendarios no eran de fiar. Y le puso el ejemplo de que al año 1582 le faltaban 10 días. Y entonces, ante la incredulidad de su padre y la nuera de éste, el hijo se vino arriba como los toreros de postín. “Es fácil de entender –dijo sereno-. El 24 de febrero de 1582, el papa Gregorio XIII promulgó la bula “Inter Gravissimas”  y la entrada en vigor de un nuevo calendario, el georgiano (no el gregoriano, como dicen algunos eruditos a la violeta). Además, ordenó que ese mismo año se pasara del jueves 4 de octubre al viernes 15. En consecuencia, desaparecieron 10 días del nuevo calendario para poder corregir el desfase. Por esa razón no coincide la muerte de Cervantes con la muerte de Shakespeare, pese a haber fallecido ambos dramaturgos, aunque mal dicho,  el 23 de abril de 1616. El único escritor que murió aquel día 23 fue Garcilaso de la Vega, como resultado de una pedrada lanzada a sobaquillo. Era costumbre por aquel tiempo anotar la fecha de fallecimiento el día del entierro, no el día de su óbito, que solía ser el anterior. Por lo tanto, Cervantes murió un día antes, o sea, el día 22 de abril. Y Shakespeare murió el 3 de mayo de 1616, según el calendario juliano que siguió en vigor en Inglaterra”. “Sí, sí, sí…”, dijo el padre mientras observaba el redondo trasero de una camarera, y pese a que aquel dato literario le tenía sin cuidado. Lo que no le parecía justo era que la botella de vino que había pedido su hijo en el restorán costase, por norma general, cinco veces más que el conjunto de las viandas; y que, para mayor inri, el vino descorchado fuese francamente infame, pese a que su hijo se pusiera en plan creativo y se empecinase en mantener que aquel tinto sabía a cereza picota y frutas rojas del bosque. Esa vez había solicitado un vino tinto con denominación de origen “Alella”. Los vinos de “Rioja” o de “Ribera del Duero” nunca los demandaba, le parecían viejunos. Tal vez por aquella razón desechó un Rioja” de Bodegas Franco Españolas, llamado “Royal”, de 1964,  un curioso coupage de tempranillo, graciano y mazuelo, ante el estupor del paciente sumiller. El padre, tras la rotunda negativa de su hijo a tomar "Rioja" respiró más tranquilo. De haberse encaprichado Alberico Tomey, que tal era su nombre, con el descorche de la botella de "Royal",  la cartera de su padre se hubiese quedado seca como la mojama,  como las sardinas en salazón, o como aquel congrio que acarreaban desde Mujía hasta Calatayud e intercambiaban aquellos gallegos por esparto bilbilitano para hacer amarras de barcos de pesca.  

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