martes, 26 de julio de 2022

Sobre dos fotografías

 



D
os fotografías vistas hoy en la prensa se me antojan raras. Una de ellas es la de Felipe VI en la Catedral de Santiago de Compostela, acompañado de su consorte y de sus hijas, con la mascarilla puesta ante el espectáculo del meneo del botafumeiro por ocho tiraboleiros; la otra, el papa Francisco, en Canadá, con la cabeza cubierta de plumas de indio. No es novedad. Ya lo había hecho en Río de Janeiro en 2013 tras saludar a un grupo de indios del Amazonas. Con el botafumeiro prendido y cargado de carbón e incienso hay que tener cuidado. Existe constancia de que en 1499, estando presente en ese templo jacobeo Catalina de Aragón (que más tarde sería la primera consorte de Enrique VIII) el botafumeiro salió disparado y se estampó contra la puerta de Platerías. Hubo un segundo accidente el 23 de mayo de 1622, cuando la cuerda se rompió y el botafumeiro se desplomó contra el suelo. Está documentado  que a un alemán, ya en el siglo XX, la acometida pendular del botafumeiro le rompió la nariz  por haber cometido la locura de acercarse demasiado para admirar su asombroso mecanismo. Había acudido a un congreso junto a otros colegas, todos ellos alojados en el Parador de los Reyes Católicos. Los asistentes habían contratado una misa cantada y con alarde de botafumeiro. En otra ocasión también casi mató a un cura, al que le partió las costillas. Antonio Neira de Mosquera, muerto a los 31 años, fue quien en 1852 inventor de mito del botafumeiro, que él describió como “vota-fumeiro”. Dejó constancia de que “existe algo de misterioso, de simbólico y de solemne en este espectáculo religioso. El pavor descompone en nuestra imaginación sus líneas sombrías y aterradoras, y de la sorpresa pasamos al estupor, y del estupor al recogimiento, como se llega a la oración desde la desgracia, y al remordimiento desde la culpa”. Neira de Mosquera, además, dio una razón higiénica al invento del botafumeiro referente a los peregrinos llegados de toda Europa que dormían en el templo y el mal olor que desprendía alguno de ellos. Las plumas que llevaba puestas el papa Francisco en Canadá constituyen todo un símbolo de perdón por los abusos a los indígenas americanos perpetrados por parte de unos conquistadores europeos con mentalidad colonial. Conviene leer a fray Bartolomé de las Casas, que no llegó a América como clérigo (en 1502) sino como colono. Una vez allí se ordenó sacerdote (dominico) y comenzó a evangelizar. La batalla de Caonao  fue uno de los momentos que más le hicieron recapacitar. Fue como capellán en la expedición que conquistó Cuba, en 1513. Escribió dos obras fundamentales: “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” y “Viajes de Cristóbal Colón”. Este último libro, transcrito a partir de un texto abreviado, salió a la luz en 1825. Para los curiosos, la foto que acompaña hoy al texto es de 1931.

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