sábado, 30 de julio de 2022

Sincorbatismo

 



A mi entender, en una mujer es más fácil modificar su aspecto. Todo es cuestión de cambiarse de vestido, de color del pintalabios o de teñido del pelo. En el hombre todo es distinto. Imaginen a un hombre que siempre viste con traje gris y zapatos y calcetines negros. Solo la corbata le permite cambiar de aspecto y darle más circunspección o alegría, según los casos, a su forma de vestir. Yo siempre fui partidario de llevar corbata salvo si uso jersey cerrado, de no ponerme nunca camisas de manga corta en verano y de no quitarme la chaqueta y ponerla sobre el respaldo de la silla en los banquetes. No entendí nuca la razón por la que las camisas masculinas se abotonasen de izquierda a derecha y las camisas femeninas, de derecha a izquierda.  Hasta que un conocido me dio una peregrina explicación. Me aseguró que ello se debía  a que los hombres antiguamente podían desabrocharse la camisa con la mano izquierda, mientras que las mujeres sostenían el niño con la izquierda y se desabotonan con la derecha. ¿Y las personas zurdas? Aquella explicación no terminó de convencerme, aunque no he encontrado otra más acertada, de la misma manera que no entendí nuca por qué a los bebés se les vestía de azul o de rosa según su fuese su sexo. Sánchez propone suprimir el uso de la corbata para “ahorrar energía”. Ya puestos, que se quite los calcetines y se ponga pantalón corto y unos mocasines durante los consejos de ministros, o cuando reciba a algún mandatario extranjero. Recuerdo las fotos de aquellos “descamisados” argentinos que vitoreaban a una Eva Duarte colmada de sortijas y collares. Lo de “descamisados”  fue un término despectivo escrito en el diario La Razón (me refiero al diario vespertino publicado en Buenos Aires, fundado el 1 de marzo de 1905 por el periodista Emilio Morales) al día siguiente de la manifestación del 17 de octubre de 1945. Pues bien, ahora Pedro Sánchez pretende, siguiendo los consejos de Miguel Sebastían y el modelo japonés (cuando los españoles somos casi un 11% más pobres que hace un año), que todos nos convirtamos en “descorbatados”. Hace once años, aprovechando una pregunta en la sesión de control en el Congreso sobre la necesidad de ahorro energético, Bono recriminó a Sebastián que no llevase corbata y puso como ejemplo la vestimenta de los ujieres del Congreso, obligados a llevarla por formar parte de su uniforme, al tiempo que agradecía a los diputados que sí la llevaban su “disciplina en el vestido”, al ser los representantes de los ciudadanos. Pero lo de Sánchez es diferente, porque no predica con el ejemplo. Por un lado señala que hay que ahorrar energía e invita a no llevar corbata; por otro, hace uso de un helicóptero Super Puma del 402 Escuadrón del Ejército del Aire para realizar un trayecto de 25 kilómetros que van desde el Palacio de la Moncloa hasta la base aérea de Torrejón (con un coste de 189 litros de queroseno) pudiendo haberlo hecho en su coche oficial, antes de volar a los Balcanes. Durante los años más duros del franquismo, no llevar sombrero estaba mal visto. Todo comenzó durante la República, cuando “Mundo Obrero”, órgano del PCE, publicó un artículo donde se decía que ”usar sombrero es cosa de fascistas”. Tanto fue así que el sombrero no se volvería a verse sobre las cabezas masculinas hasta el final de la guerra. Tras el triunfo de los rebeldes, en el número 6 de la calle Montera,  una sombrerería llamada “Brave”, acuñó en 1942 un eslogan que puso en la entrada de su tienda, “Los rojos no usaban sombrero”, que venía a decir justamente lo contrario. Pero, claro, un  sombrero hay que llevarlo con arte y saber tocar el ala al saludar. Por esa razón, no puede llevarlo cualquier mequetrefe. La corbata tampoco, si no se sabe hacer un nudo elegante y darle una largura que no supere por debajo la hebilla del cinturón, salvo que te llames Donald Trump.

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