martes, 5 de julio de 2022

Dar gato por liebre

 


Me llena de estupor la noticia leída en El Progreso, de Lugo, de que en Monforte de Lemos ha aparecido un contenedor cuatro gatos todavía con el cordón umbilical, dentro de una bolsa, de los que tres de ellos estaban muertos. Parece ser que se escuchaba un apagado maullido. Según ese diario, la asociación protectora de animales Miau Lemos ha señalado que “el único superviviente se encuentra muy bien cuidado, come como un campeón y a doblado su peso a 260 gramos". Menos mal. Me quedo mucho más aliviado al ser conocedor  de que a ese gato superviviente todavía le quedan seis vidas por delante, como dice una vieja canción infantil, por tener un cuerpo ligero, unos huesos y ligamentos muy flexibles y un gran desarrollo del llamado “reflejo de enderezamiento”, que les ayuda a caer de pie la mayoría de las veces. El problema para el gato llega cuando un mesonero lo atrapa una noche serena, lo echa en la cazuela y más tarde lo sirve a los comensales como si fuese liebre en un engaño deliberado. El mesonero sabe desde la Edad Media que una vez desollado, el gato tiene un aspecto parecido al de la liebre y su sabor, al menos así lo afirman aquellos que lo probaron durante la hambruna de la posguerra, puede dar el pego. En “El Practicón” (Ediciones Poniente, Madrid, 1982, p.p.260-261) Ángel Muro, al referirse a la “liebre asada a la castellana”, aprovecha para plasmar unos versos de José Fernández Bremón (1839-1910) que a los que saben leer entre líneas les enseña  la receta de cómo se asaba la liebre en la antigüedad en Castilla. Para ello es necesario leer “liebre” donde el poeta dice “gato” en su poema “Gato por liebre”, que comienza: “Elige un gato joven /que tenga buena facha: / llamas al aguador y lo despacha. / Cébale con riñones, / asaduras, mollejas y pichones; / prohíbe darle sustos, / desazones, castigos y disgustos; / y al año o poco más, tendrá el minino / el cogote muy ancho, el pelo fino. / Ya gordo y reluciente, / haciéndole caricias con la mano, / degollarás al gato dulcemente, / como si degollases a tu hermano…”.  Confieso que a mí me la pegaron hace no mucho, al venderme fogonero en una tienda de mi barrio cuando lo que demandaba era bacalao. Eso sí, me di cuenta al comerlo, y más tarde se lo comenté al tendero, que era carnicero, que no pescadero, cuando tuve ocasión. Descubrí con asombro que aquel carnicero no conocía a ningún miembro de la “familia  Gadidae” ni tenía idea de lo que ofrecía a sus clientes. Está claro que nunca se debe vender  al público aquello que se desconoce. Zapatero, a tus zapatos.  Desde entonces, recomiendo que cuando se compre bacalao se acuda a una tienda especializada. Al menos,  allí saben lo que despachan.

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