martes, 4 de octubre de 2022

Un retablillo de hojalata

 


Desde hace ya tiempo observo que los botes de conservas llevan en el nervio inferior un rebaje para que puedan ponerse unas latas sobre otras sin temor a que se caigan. Es un gran invento que no sé cómo no se les ocurrió antes a los fabricantes. En la ciudad de Toro, en Zamora, hubo un señor que visitaba basureros con el único fin de rescatar botes vacíos de conserva. El señor Benito Herrera era un sevillano de Los Rosales (pedanía de Tocina)  entrado en años que vivía en casa de su hijo. Cuando mi suegro levanto su casa tuve la opción de recuperar un retablillo hecho con nervios de latas afiligranados donde en el centro y tras un cristal podía contemplarse la estampa de un Corazón de Jesús. Aquello, que no quería llevarse a su casa ningún pariente político, fue un regalo impagable (por lo que tenía de meritorio) del señor Benito a mis suegros bastantes años atrás. Sufrió varios traslados y se despegaron algunos nervios con los triquitraques de los capitonés. Cuando lo llevé a mi casa, lo limpié, soldé con estaño algún nervio desprendido, lo repinté con cuidado en un tono que imitaba al oro viejo y lo colgué en la pared de mi dormitorio sobre un chifonier de madera de castaño. Y ahí sigue desde entonces. Aquel retablillo de nervios de hojalata incluía dos farolillos, uno a cada lado, a los que les faltaban los correspondientes cristales de forma trapezoidal. Pedí en una cristalería que me los cortasen a la medida necesaria, los coloqué sobre unas guías interiores que venían dispuestas y quedaron sujetos con unas gotas de silicona. El señor Benito cortaba las hojalatas con una tijera, como aquellas que llevaban en un cajoncillo los hojalateros ambulantes de mi infancia, y se quedaba solo con los nervios. Los limaba y enderezaba, los medía y con un alicate de puntas  retorcía sus extremos hasta darles forma de caracolillo imitando la forja. Más tarde los unía con estaño. El señor Benito era un artista con las manualidades de hojalata. A aquel retablillo pensé cambiarle la estampa del Corazón de Jesús por otra de la Esperanza de Triana, de Jesús del Gran Poder o de algo más representativo del Sur. Al final, lo dejé como estaba. Así lo había recibido y así seguiría conservándolo. Cada vez que a alguien le cuento cómo se puede hacer arte con nervios de botes de conservas cunde el asombro. Nadie lo entiende, ni falta que hace. Una cosa tengo clara: hasta lo más insignificante y devaluado puede tener varias vidas.

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