domingo, 9 de octubre de 2022

Una de cal y otra de arena

 


Tiene razón el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince al afirmar que el lector con odio  comprende que cuando alguien se empecina a leer habitualmente a determinado escritor o columnista que le cae antipático, su lectura no puede ser otra cosa que la confirmación de su odio. Escriba lo que escriba, el lector que le odia lo colgaría de una grúa. Entonces, ¿para qué le lee? Pues simplemente por seguir manteniendo esa animadversión hacia él. Eso me ocurre a mí también. Cada vez que leo El Debate en su edición digital (la edición de papel desapareció al comienzo de la guerra civil) voy derecho a la sección de “Opinión” por leer al nieto de Muñoz Seca. Y después de haberle leído me dan ganas de asfixiarle con una almohada. Hoy, en su artículo “El profesor”, Ussía hace un rodeo en torno a la figura de Santiago Amón y a cuando le dio clases en el colegio Alameda de Osuna; y que, más tarde, siendo compañeros en Antena -3 de Radio le permitió el tuteo, hasta llegar al sitio que quería llegar, o sea, al “fallido profesor de periodismo en la Complutense, Pablo Iglesias”. De él dice Ussía que “un tipo que desea terminar con la libertad en el Periodismo, no está capacitado para enseñarlo”. Pues en eso tiene razón. Pablo Iglesias no es periodista. Es un osado politólogo con ínfulas de “mesías” prometido, capaz de reírse de las blasfemias pronunciadas por el inspector de Trabajo y actual vicepresidente segundo de Valencia, Héctor Illueca Ballester, ante una mosca insistente y que yo me niego a trasladar al lector por respeto a los creyentes. También en ese artículo de Ussía he descubierto algo que no sabía: que Santiago Amón fue durante una temporada apoderado del diestro palentino Marcos de Celis. Lo bueno que tiene leer artículos, aunque sea de tipos que no me caen en gracia, es que siempre aprendo algo que hasta entonces desconocía. Cuenta Ussía que Santiago Amón, el primer día que se presentó en su clase en el Alameda de Osuna, lo hizo de la siguiente manera: “Me llamo Santiago Amón, nacido en Baracaldo, pero palentino de sangre y alma. Y seré desde hoy hasta el preuniversitario, su profesor de latín. Quiero anunciarles que todos serán aprobados al final de cada curso. Y también recordarles que si ustedes han elegido estudiar Letras, el que no tenga interés en aprender el latín, aunque sea aprobado, es un perfecto imbécil”. Me viene a la cabeza cuando José Solís Ruiz, entonces  ministro Secretario General el Movimiento, defendía un proyecto de ley para aumentar el número de horas dedicadas al deporte en los colegios en detrimento del estudio de las lenguas clásicas (latín y griego). Dijo Solís: “¿Porque en definitiva para qué sirve hoy el latín?”. Adolfo Muñoz Alonso, desde su escaño, le contestó: “Por de pronto, señor ministro, para que a su señoría, que ha nacido en Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa”. Hoy, sin que sirva de precedente, le echo al mortero de Ussía una palada de cal y otra de arena. Pero no dejo de reconocer que los escritores de paredes de retretes, como es el caso de Ussía, tienen inclinaciones perdurables. Es triste decirlo, pero algunos están convirtiendo la prensa en el meublé de la Merceditas.

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