sábado, 29 de octubre de 2022

Domeñar al basilisco

 


En febrero de 1941 ardió Santander por un desastre natural iniciado en la calle Cádiz, donde las llamas se alimentaron de un viento sur que devoró gran parte del casco viejo. El resultado fue de 10.000 damnificados, 120.000 metros cuadrados de escombros, 508 comercios destruidos, 115 heridos y un fallecido, el bombero Julián Sánchez. Más tarde, el Ayuntamiento expropió toda la zona devastada y comenzaron las especulaciones. Solo dos de los 400 edificios afectados fueron reparadas: la Catedral, cuya fachada no quedaría igual,  y la Iglesia de la Anunciación, también conocida como Iglesia de la Compañía, Pues bien, Cantabria está siendo ahora una comunidad autónoma a la brasa. Como consecuencia de varios incendios forestales provocados en Arenas de Iguña ha sido necesario cortar la vía del ferrocarril entre Los Corrales de Buelna y Las Fraguas.  También, el primer tren “Alvia” con destino a Madrid ha tenido que quedar retenido en Torrelavega y los viajeros  se han visto obligados a proseguir viaje en autobuses. Pero existen otros focos activos y la comarca de El Besaya está siendo la más perjudicada.  El presidente Miguel Ángel Revilla mantiene que “en todos los casos esos fuegos han sido provocados por terroristas”. Según El Diario Montañés, se han producido 56 incendios (El diario Cantabria eleva esa cifra hasta 61) en un día y las fuertes rachas de viento sur y una temperatura nocturna que rondaba los 25 grados han hecho difíciles las labores de extinción en el Alto Campoo. A ese desastre hay que añadir la ola de inseguridad y la tensión en aumento que existe en Cueto, a menos de 4 kilómetros del centro de Santander, con pillaje y una constante oleada de hurtos en viviendas. La Asociación de Vecinos -según leo hoy en el diario Cantabria- critica la falta de profesionalidad de las compañías que venden sistemas de alarma. Según afirman, "aprovechan la ocasión para vender sus productos de protección sin ningún escrúpulo, creando más sensación de inseguridad y miedo, provocando decisiones equivocadas en cuanto a la protección de nuestras viviendas. Esas compañías  se están comportando como buitres al olor de la sangre, desplegando por la zona todo un batallón de vendedores de alarmas…”. Es, a mi entender, la misma ocasión que aprovechan algunas clínicas privadas para vender “salud” mediante la aportación de una pequeña cantidad de dinero mensual, ante la evidencia del malestar reinante por las deficiencias en la Seguridad Social (transferida a las Autonomías) y sus abultadas listas de espera en la sanidad pública. Recuerdo cuando en la reciente “fiebre del ladrillo”, los promotores de viviendas se sirvieron de una determinada etnia para la vigilancia nocturna de campas con cabrestantes, grúas, ferrallas, chapas de encofrar y otros materiales de construcción. Suponían aquellos promotores que aquella era la fórmula ideal para evitar hurtos. En los cerramientos era común ver carteles donde ponía “Prohibido lelar a cote” (que significa en caló “no se puede robar aquí”) y un poco más abajo la firma del patriarca. Resulta imposible la labor de intentar exorcizar a Satanás, pretender domeñar a un tigre a base de carantoñas, o mantener las buenas composturas frente a un basilisco nacido del huevo de una gallina y empollado por un sapo, capaz de matarte con la mirada, salvo que te encuentres bajo la protección de san Trifón. Existe una pintura al temple sobre tabla de Vittore Carpaccio conservada en Venecia donde Trifón curó a Gordiana, obsesionada con un demonio en forma de basilisco, con cuerpo de león, alas de pájaro, cola de reptil y cabeza de burro. Arde Cantabria por los cuatro costados, nos venden salud en cómodos plazos, ponemos al zorro a cuidar a las gallinas y los vendedores de alarmas hacen su agosto por la inseguridad reinante. De nada sirve que Revilla lleve anchoas de Ondárroa  a la Moncloa por disipar el maleficio, o poner alarmas en casa si olvidamos la clave de su funcionamiento. No se trata de matar al basilisco, sino de contar con la protección del santo.

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