miércoles, 12 de octubre de 2022

Abrir las alcantarillas

 


Cada vez que se abren las alcantarillas sale una peste horrorosa. Pasó con Franco y su traslado a Mingorrubio el 24 de octubre de 2019. Y está pasando ahora, con el aviso del Gobierno del levantamiento de José Antonio de su ubicación actual, el frontal del altar mayor de la basílica del Valle de los Caídos. La prensa de ultraderecha ya tiene tema donde explayarse, sobre todo los medios de prensa de Editorial Católica, donde anidan los desertores de ABC y La Razón, así como  la radio y la televisión de la Conferencia Episcopal. La familia Primo de Rivera ya ha manifestado su deseo de que José Antonio sea trasladado a un cementerio católico. Una decisión, a mi entender, digna de respeto. Con la ley de la Memoria Democrática (artículo 54.3) “las criptas adyacentes a la basílica y los enterramientos existentes en la misma tienen el carácter de cementerio civil”. Dicho eso, sobran más comentarios. Sobre José Antonio se han escrito diversas biografías casi todas ellas exaltando su figura y los valores que, a criterio de sus autores, le adornaron. Yo tengo suficiente con hacer referencia a las 40 páginas intercaladas en el libro “Las tres Españas del 36”, de Paul Preston (Plaza & Janés, Barcelona, 1998) sobre el “mártir de la cruzada” fusilado en la cárcel Alicante el 20 de noviembre de 1936 y del que se han contado muchas leyendas apócrifas. Señala Preston en su libro, al referirse a José Antonio, que “detrás de su apariencia amable y educada subyacía una violencia apenas controlable que en ocasiones le convirtió en un simple alborotador. (…) “…frecuentaba los mejores bares y restaurantes, cultivaba una exquisita elegancia en el vestir -solo llevaba trajes ingleses- y coleccionaba grabados británicos con escenas de equitación. Se le veía a menudo en el Ritz luciendo traje de etiqueta, era experto en vinos y conducía un coche deportivo de color rojo”. En otro momento de su libro, Preston señala: “que el propio Prieto considerase que José Antonio podría haber sido un serio inconveniente para Franco indica por qué se hizo tan poco en Salamanca para facilitar los intentos de salvarle de la ejecución. [Se sabe que no se le quiso intercambiar por un hijo de Largo Caballero]. Una vez muerto, por supuesto, Franco no tendría escrúpulos en permitir que su fin fuera considerado un martirio, lo que serviría como instrumento para atraer a las masas”. Y así fue.

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