viernes, 14 de octubre de 2022

El acordeón de la escritura

 


Yo siempre mantuve la idea de que un relato es una novela desnuda. A mi entender, si a una novela la pudiese pasar por un tamiz y quitarle los grumos, o sea, todo aquello que le sobra, se quedaría en una narración más o menos breve, que ahí no entro en consideraciones. De ahí el error de los concursos literarios donde exigen al autor cierto número de páginas. Si un relato que ocupa cuatro folios debe ser alargado por exigencias del convocante el resultado puede ser  un ladrillo. De hecho, Alfonso Zapater me contaba hace años, mientras tomábamos unas cervezas en el bar La viña P  del “Tubo” zaragozano, a propósito de su novela “Viajando con Alirio” (Planeta, Barcelona, 1980), que las cien primeras páginas  eran fáciles de construir  con  la idea que él llevaba en la cabeza,  pero que el resto, pongamos otras cien, llevaban más trabajo al tener que añadirle aderezos innecesarios. Su novela (en edición Planeta) consta de 201 páginas. Comprendo el viacrucis que ello le supuso. El argumento es simple: Enrique, que transportaba mercancías por España con su furgón, es contratado para trasladar a su pueblo natal el cadáver de Alirio Pérez Lafita, lo que le llevará por los parajes en los que transcurrió la vida del difunto. Juan Villalba Sebastián, en su trabajo “Alfonso Zapater. El eterno aprendiz” le hizo un buen retrato biográfico al minuto en la revista Turia (número 95, 2010, páginas 369-392) como aquellas que hizo Ángel Cordero Gracia, entre 1925 y 1978, detrás de la Lonja zaragozana y junto a unos urinarios ya desaparecidos, a niños de primera comunión, militares sin graduación, chicas de servir, parejas de novios y a algún desorientado que callejeaba esperando la hora de tomar el primer tren de regreso a no sabemos dónde. De Ángel Cordero queda memoria perenne en el caballito de bronce de Francisco Rallo. Los tipos fotografiados en blanco y negro, ¡ay!, desaparecieron para siempre como simple polvillo de mariposa aunque alguno de sus retratos, ya virando al color sepia, duerma el sueño de los paisajes robados en una valija del desván, o permanezca como una hoja tan seca como el difunto Alirio entre las páginas de un prontuario de esperanto en una librería de lance.

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