martes, 29 de noviembre de 2022

Enigmática moneda

 


El 23 de noviembre de 2012 se practicó una autopsia a la momia de Juan Prim, que no estaba autopsiado con anterioridad pese a lo que atestiguan algunos documentos de la época; es decir, que solo se contempló el 31 de diciembre de 1870  su hábito externo (sin recurrir al hábito interno, que requería apertura de cavidades). Más de un siglo después, en el Tanatorio de Reus y en el Hospital Universitario Sant Joan, se practicó un estudio macroscópico, radiológico y una endoscopia del entonces presidente del Consejo de Ministros fallecido como consecuencia de las heridas producidas en un atentado cuatro días antes. También se disiparon los infundios sobre su posible estrangulamiento basado en un informe del Departamento de Criminología de la Universidad Camilo José Cela y las conjeturas del periodista Francisco Pérez Abellán. Años antes, la noche del 19 de octubre de 1946, se llevó a cabo la exhumación del cadáver de Enrique IV de Castilla en el Monasterio de Guadalupe (Cáceres). Se abrieron los sepulcros de ese rey y de su esposa, María de Aragón en el interior de una galería con bóveda existente debajo de un cuadro de la Asunción. Sobre esa exhumación existe un riguroso ensayo de Gregorio Marañón (“Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo”) donde se le hace un retrato morfológico de aquel monarca de gran estatura aunque menor que la de su padre (Juan II), eunucoide y con un gran prognatismo mandibular. Ahora se acaba de practicar un estudio antropológico y forense al cuerpo momificado de san Isidro, patrono de Madrid, con motivo del IV centenario de su canonización. De paso, se ha hecho una reproducción facial de su rostro. Su cuerpo se conserva en la madrileña Colegiata de san Isidro el Real (calle de Toledo, 37). Las doctoras  María Benito, Ana Patricia Moya, Mónica Rascón e Isabel Angulo han podido conocer que ese santo fue un varón con una estatura de entre 167 y 186 centímetros que murió a una edad de entre 35 y 45 años y no a los 90, como decía la tradición. No se ha podido saber la causa de su muerte ni se han encontrado signos de violencia ni traumatismos, aunque sí infecciones en los huesos maxilares y una moneda de vellón en la garganta con la silueta de un castillo y un león rampante enmarcado por un rombo. Parece ser que se trata de una ‘blanca del rombo’ o “dinero” de Enrique IV, que comenzó a emitirse en 1471 y que fue muy devaluada y falsificada en la época. Esas monedas llevaba en el anverso la leyenda “Enricvus Dei Gracia” y en el reverso “XPS VINCIT XPS REG”.  Estas marcas enigmáticas solo aparecen en dos series de monedas acuñadas durante este reinado: en los cuartos posteriores al Ordenamiento de 1461 y en las ‘blancas’ que se emiten a partir del Ordenamiento de 1471. La función de estas marcas quizás fuera la de distinguir las monedas auténticas de las falsas. Hubo cecas en Cuenca, Toledo y Sevilla. En cualquier caso, hipótesis aparte,  durante el reinado de los Reyes Católicos siguieron circulando las monedas acuñadas en tiempos de Enrique IV. Su hermanastra Isabel I de Castilla ordenó una disposición al respecto en febrero de 1475 estableciendo que estas ‘blancas’ acuñadas tras el Ordenamiento de 1471 en las cecas oficiales conservaran su valor de 1/3 de maravedí y que las otras ‘blancas de rombo’ no oficiales y las anteriores a 1471, que no llevan el castillo y el león en el losange, tuvieran un valor de 1/6 de maravedí. Pero, ¿quién puso la moneda en la garganta del santo? Nadie lo sabe.

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