jueves, 24 de noviembre de 2022

El hábito no hace al monje


 

Lo primero que hay que tener en cuenta cuando acudes a un restaurante elegante es conocer de qué carta disponen. Si ese establecimiento cuenta con dos menús cerrados ya empezamos mal, por muchas estrellas Michelín que tenga concedidas. Y si en esos dos menús cerrados hay  platos que no te gustan, mejor no entrar. Días pasados se han concedido nuevas estrellas Michelín a establecimientos que desconocía. En Zaragoza, a uno establecido en un antiguo garaje, llamado Gente Rara. Por curiosidad he leído las dos opciones que ofrece en menús cerrados: “Menú chalado” y “Menú lunático”. La bebida no está incluida en el precio. Ya empezamos mal. El primero de ellos, a un  precio de 55 euros por comensal, ofrece (y leo textualmente): pan y aceite; gota de sangre; cebolla; bacalao; anguila; pimiento de cristal; conejo y carrillera de cordero. De postre: amaretto sour; y  magdalena ‘tía Ana’. El segundo, a un  precio de 90 euros por comensal, ofrece: brioche, gota de sangre, pan y aceite, pimiento de cristal, cebolla, azafrán, bacalao, anguila, tendones, cera, sal, conejo, morro dongpo y carrillera de cordero. De postre: degustación de quesos, amaretto sour, magdalena de limón ‘tía Ana’, melocotón y suzette.  Como no podía ser de otra manara, el IVA está incluido en ambos menús. Para aquel que lo desconozca,  el “amaretto sour” es un  cóctel clásico con sabor a almendras dulces y zumo de limón; el “suzzette” (que así se escribe) es un  crep; el brioche es un bollo de leche. La “gota de sangre” excede al límite de mis conocimientos culinarios, salvo que se trate del carmín de una cochinilla recién extraída de una pala de nopal del huerto de un señor de Bubierca. En resumidas cuentas, como a mí no me gusta el conejo, ni los tendones de no sabemos qué animal, ni la cera, ni los sesos de cordero, ni la carne blanca, gelatinosa y dura de la anguila por no ser japonés de nación, lo mejor es que no acuda a ese garaje zaragozano reconvertido, que acaba de recibir una estrella Michelín y que cuenta con una gran lista de espera para degustar lo que sale de su cocina. Dicen que la vajilla es original y en las fotos he podido comprobar que carece de mantelería y que los escasos comensales se sientan en mesas desnudas cerca del “quirófano” de la cocina.  A raíz de la concesión de esa estrella Michelín leí un suelto de José Miguel Martínez Urtasun en El Periódico de Aragón donde ponderaba ese restaurante. Él sabrá por qué. Deseo a Sofía Sanz y a  Cristian Palacio los mayores éxitos en una cocina sui géneris en donde, al menos por las referencias de que dispongo, prima la casquería. Para mí, comer es otra cosa. A mi entender, las estrellas Michelín no son garantía de nada, sino un “gancho” para atraer a horteras adinerados y justificar sus altos precios. Una mesa sin mantel blanco y servida por camareros vestidos de limpiabotas de cafetín con animadora es propia de ventas en encrucijadas de caminos de paisajes manchegos, algo que aborrezco. Por eso prefiero no entrar. No todo vale. El hábito no hace al monje.

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