martes, 1 de noviembre de 2022

Lo fungible

 


Fungible es todo aquello que se desgasta o consume por el uso. Eso puede aplicarse al mobiliario, a las plumas estilográficas, a las cucharas de palo y también a los políticos. Unos pasan al anonimato y otros, con más suerte, se mueven en el tiovivo de la puerta giratoria o se acomodan en el Senado, ese cementerio de “viejas glorias” donde van a parar aquellos que dejaron de ser necesarios para la política activa y reciben el premio de consolación de seguir cobrando del Erario sin que su trabajo se note apenas y sin que molesten demasiado a los que ostentan el Poder Ejecutivo y a los barones de cada territorio. Lo fungible también lo aplican con descaro los colegios concertados cuando envían recibos a los padres de los educandos por el concepto de “desgaste de materiales”, donde nunca se concreta qué materiales son los que sufren desperfectos, si los pupitres, el suelo de terrazo,las tazas de los retretes, o el guardapolvo azulón del maestro. Todo tiende a ser fungible, hasta las catedrales cuando sufren el “mal de la piedra”. Es una cuestión de uso o de tiempo, de la misma manera que todo tiende a la estratificación. Por esa razón, las ciudades antiguas afloran a la superficie cuando se practican excavaciones. A algunos tipos también se les gasta el amor de tanto usarlo, de tanto loco abrazo sin medida, de darse por completo a cada paso, como en la canción de Rocío Jurado, compuesta por Ana Magdalena y Manuel Alejandro. El desgaste puede se adhesivo, abrasivo, por fricción, erosivo y por fatiga. Este último siempre empieza por una fisura a la que hay que estar atento. El desgaste profesional, que es otra forma de desgaste, aparece cuando se exige mucho a cambio de poco; verbigracia, lo que les sucede a los médicos y enfermeros madrileños desde que Díaz Ayuso, esa mosquita muerta con cara de saberse el catecismo y experta en hacer triajes en las residencias de ancianos, está en poder de la cuerda de trenzado en la Comunidad de Madrid. No conozco a nadie que desee “cargarse” la Sanidad pública en tan poco espacio de tiempo en beneficio de la sanidad privada, y la Educación pública por algo semejante. Desgastar a unos en beneficio de otros va en los genes de una derechona hisopada, ramplona y siempre insatisfecha que tiene como lema aquello de “cuanto peor, mejor” y su esfuerzo puesto en desgastar de la peor manera a Sánchez con la ayuda de Bieito Rubido y el pequeño combo de articulistas de El Debate. Se vio claro durante el mandato de Mariano Rajoy, que subió la limosna de un 0’25% mensual las pensiones de jubilación, no aportó  ni un celemín de los Presupuestos  para la entonces llamada  Ley de Memoria Histórica, y se jactaba de ello. Menos mal que una moción de censura terminó con el mandato de aquel miserable. Mientras el bolso de Soraya Sáenz de Santamaría reposaba sobre el escaño del presidente ausente aquel jueves 21 de junio por la tarde, ese perdedor no quiso asistir a la escenificación de su derrota y se encerró durante ocho horas en el restaurante madrileño,”Arahy”, en la calle Alcalá, para comer salmorejo, jamón ibérico, croquetas, alcachofas, anchoas de Santoña, solomillo gallego, queso y guayaba, y beber dos botellas de whisky. Ese local era conocido tiempo atrás como “Club 31”, por el que solían dejarse ver Camilo J. Cela y Marina Castaño. A la salida del restorán, ayudaron a un Rajoy algo aturdido a montarse en el coche oficial y con la grande polvareda perdimos a don Beltrán

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