viernes, 11 de noviembre de 2022

Tropezar en la misma piedra

 


La vida me ha enseñado que siempre hay que desconfiar de un caballo cuando estás detrás, de un toro cuando estás delante, de un cura allí donde te encuentres y de un rey cuando diga que todo lo hace por su patria. La desconfianza siempre es una señal preventiva ante el temor a no saber defenderse y  que pone en alerta. “Ser de fiar”, en consecuencia, es algo importante que valoramos en función de nuestra experiencia. La expresión “el gato escaldado del agua fría huye” viene a decir que las malas experiencias suelen servir de escarmiento. También se suele decir que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Cierto. Una gran parte de la sociedad española no ha aprendido nada del pasado reciente. Piensa que  estaba más segura alienada  bajo el zapato de un sátrapa y los pocos que van quedando siguen manteniendo vivo un inexplicable “síndrome de Dunkerque” sin empatía alguna hacia aquellos que perdieron la última guerra y que pensaban de manera distinta. Todavía no se han enterado de que la libertad nunca debe quedar supeditada a la falsa seguridad de sentirse protegidos de no sabemos qué. El toro embiste, el caballo cocea, el cura intenta llevarte a su club y el rey reina y se siente superior al resto de los ciudadanos por creerse en poder de unos “derechos históricos” siempre relacionados con la bragueta de sus progenitores. El régimen de Franco fue, al menos desde 1947, una astracanada, donde insólitamente se había convertido en una monarquía hereditaria. Como contaba Javier Pérez Royo (“Reino de España: la resistencia de la Monarquía”), “salvo en dos breves ocasiones, el Estado constitucional español no ha dejado de ser una Monarquía en los últimos 200 años largos de nuestra historia. Únicamente en algunos meses de la década de los 70 del siglo XIX y en algunos años de la década de los 30 del siglo XX el Estado español asumió la forma de República. La historia constitucional de España ha sido, pues, casi en su integridad la historia de un Estado monárquico”. (…) “Si exceptuamos a Alfonso XII, que pasó prácticamente desapercibido, la ejecutoria de los otros tres monarcas previos al actual, Fernando VII, Isabel II y Alfonso XIII, fue desastrosa, agotando entre todos el depósito de legitimidad de la dinastía”.(…) “Nadie en su sano juicio podía pensar en la restauración de una Monarquía en medio de estados democráticos de la mano de un régimen fascista nacido de una sublevación militar contra una República democrática tras una espantosa guerra civil en el último cuarto del siglo XX. Y, sin embargo, es lo que ocurrió”. Y se restauró aquello que Franco esperaba que fuese a su muerte una prolongación de la dictadura franquista en la persona de Juan Carlos de Borbón. Faltó el riguroso proceso constituyente que esperábamos los verdaderos demócratas. Se prefirió -así lo contó Suárez- incluir al advenedizo sucesor, proclamado rey en el Congreso de los Diputados el 22 de diciembre de 1975,  en el “totum revolutum” del texto de la Constitución del 78 sin que “se cortase la mayonesa”  con aquel despropósito. Decía al principio que las malas experiencias suelen servir de escarmiento. Pero en lo referente a prevención nos suelen ganar los gatos.



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