domingo, 27 de noviembre de 2022

Vivir para ver

 


El pasado jueves volvía a aparecer en las pantallas de la Sexta el programa “Pesadilla en la cocina” de la mano de Alberto Chicote. En esta ocasión se trataba de intentar levantar un negocio ruinoso en manos de una familia de etnia gitana, “El fogón de la Toscana”. Hoy me entero de que esa familia buscó la teatralización ante las cámaras del padre, de la madre y del hijo, que cuenta que se desmayó el día que notó un soplido divino, hasta conseguir lo que todos ellos pretendían, o sea, la reforma del restaurante a cargo del programa para, seguidamente, poderlo vender a un buen  precio.  Aquí el más tonto hace relojes y la picaresca permanece tan viva como en los tiempos de Francisco de Quevedo. Pero a  Atresmedia, que opera en varios sectores de actividad, le da igual. Con cuatro anuncios amortiza cada programa y le sobra dinero para mantener el pupilaje del único que en su día supo arrinconar a los “intocables” Luca de Tena, Me refiero a Mauricio Casals, apodado como el Príncipe de las Tinieblas, que ocupaba (no sé ahora) una suite del hotel Palace de Madrid de martes a jueves, como hizo Julio Camba en la habitación 383 de ese mismo hotel en 1949 y que no lo abandonó hasta el día de su muerte, en 1962. Había sido “negro” de Juan March y éste le agradeció sus servicios pagándole la cuenta del hotel. Manuel Vicent (El País,  21.04.2012) decía sobre Camba algo que había dicho Ortega, que consideraba a Camba el mejor escritor del momento. Escribió Vicent: “Juan March le prometió hacer valer su influencia para impulsar su candidatura a la Real Academia Española. Al hacérselo saber a Camba, éste dijo: ‘¿Académico de la Lengua? Prefiero que me compre usted un piso’. El plutócrata mallorquín no le compró un piso, pero le pagó hasta el fin de sus días una habitación en el hotel Palace; no una suite, ciertamente, sino un cuchitril en el último piso junto al cuarto de la plancha”. En otro momento de ese artículo señala Vicent: “Era difícil sacarlo de la habitación 383 del hotel Palace para llevarlo de invitado a casa de algún anfitrión. Para esa clase de citas tomaba muchas cautelas. No le faltaba razón. De hecho, en un restaurante puedes criticar al cocinero, devolver el solomillo poco hecho, exigir cualquier capricho, sentenciar que el vino está picado, no así en el domicilio particular de un amigo, donde por obligación debes exaltar la receta infame de la señora de la casa aun sabiendo que te va a destrozar el estómago. Julio Camba ponía toda clase de trabas y no dejaba de refunfuñar hasta que, sentado a la mesa, la calidad del vino bien elegido, por fin, lo aplacaba y lo volvía pastueño”. Tenía razón.

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