Hay cosas que debieran
permanecer, independientemente del trapicheo publicitario. Recuerdo cuando en
los cerros próximos a nuestras carreteras quisieron hacer desaparecer el famoso
toro de “Osborne”, obra de Manuel Prieto que anunciaba un brandy de Jerez desde
1958, la enorme silueta de chapa negra sobre el sediento paisaje que se
convirtió en todo un símbolo nacional. Pero la Ley General de
Carreteras obligó en 1988 a
retirar la publicidad de cualquier lugar visible desde cualquier carretera del
Estado. Y como consecuencia de aquella ley desapareció la marca publicitaria,
pero siguió erecta la silueta desafiante del toro bravo. Años más tarde, otra
ordenanza de 1994 (Reglamento General de Carreteras) obligó a quitar todos los
toros del paisaje español. Hasta que, en 1997, el Tribunal Supremo dictó
sentencia favorable al mantenimiento de esos perfiles por “interés estético”.
Pero el rótulo de “Tío Pepe” en la
Puerta del Sol es otra cosa. Ya en fotos hechas en Madrid
durante la Guerra Civil
y los intensos bombardeos, donde una ciudadanía acobardada por la presión
fascista intentaba llegar a la boca del metro, se podía apreciar el simpático
anuncio de la botella de “fino muy seco” con chaquetilla roja, sombrero de ala
ancha y una guitarra apoyada en la cadera semejando a un tipo andaluz sin
rostro conocido, autoría de Luis Pérez Solero, y que era la manera con la que
la empresa “González-Byass” procuraba seducir al consumidor apoyándose en el
eslogan “sol de Andalucía embotellado”. Nada más acertado. Madrid ya no es lo
que era. Eso queda claro. Tanto es así, que a punto estuvo el Ayuntamiento de
permitir que desapareciera el “Café Gijón”, que ha estado acogiendo sabiduría
sobre sus mesas de mármol desde que en 1888 lo fundara Gumersindo Gómez con
unos ahorros que había hecho con mucho esfuerzo en La Habana. Entrando,
a la derecha, se colocó en 2004 una simpática placa en recuerdo de Alfonso
González Pintor, “cerillero y anarquista”.
Como digo, hace pocos meses a punto estuvo de cerrar la persiana
definitivamente el Café por un contencioso con su terraza, reformada en 2005,
al existir unas “estúpidas” trabas relativas a la pérdida de la concesión de la
terraza por parte del Ayuntamiento. ¡Hace falta ser descerebrados! Precisamente
la “sagrada” terraza del Café Gijón, donde Valle-Inclán solía sentarse las
horas muertas atraído por el frescor que desprendían los árboles del Paseo de
Recoletos en la atardecida. En España ya no caben más tontos.
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