En un suelto de “La Gaceta” se cuenta: “El Rey
no sabe qué hacer con dos Ferraris (sic)”. Un poco más abajo se indica que “los
coches, regalo de Emiratos Árabes a don Juan Carlos, están guardados a la
espera de que se tome una decisión sobre su futuro con Patrimonio Nacional”.
Una de dos: o son del rey o son de Patrimonio. En el supuesto de que
pertenezcan al rey, éste puede hacer con ellos lo que le venga en gana, eso sí,
haciéndose cargo la Casa Real
de los correspondientes gastos de
mantenimiento. Pero, en el supuesto de que haya habido una cesión de esos
“Ferrari” a Patrimonio, como es de suponer, Patrimonio debería subastarlos al
mejor postor, e ingresar el dinero resultante de dicha subasta en las arcas
públicas. Lo normal en un Estado de Derecho es que el Jefe del Estado no admita
regalos, salvo que éstos sean simbólicos y de una muy pequeña valoración. Lo
normal, digo, es que esos regalos tan caros de mantener hubiesen sido devueltos
a su remitente de inmediato, en este caso al gobierno de Abu Dabi; que, además, no tiene
nada de democrático. “Hasta el momento –sigue contando la
noticia- no han sido usados y se está a la espera de que se tome una decisión
entre Patrimonio Nacional y la
Casa del Rey, según el portavoz de Zarzuela”. Vamos a ver, si
ya son de Patrimonio, como así parece, la Casa del Rey no debe tomar decisión alguna sobre
qué hacer con tales obsequios. Lo mismo podría decirse, por ejemplo, del yate
utilizado por el rey en sus desplazamientos a Mallorca, donado por unos
empresarios mallorquines y que pertenece a Patrimonio. Causa asombro para el
ciudadano corriente conocer que, ante la “situación critica” que sufre la
economía española, conste que, en la
Casa del Rey (según ha facilitado a Efe la lista de su parque
móvil), el conjunto de vehículos a motor, motocicletas y remolques supere el
centenar, sin tener en cuenta los vehículos históricos (varias decenas) “dedicadas
en exclusiva a protocolo y aparcados en el acuartelamiento de la Guardia Real, en El
Pardo, a la espera de abrir un museo”. A mi entender, en esta España cañí, “de
Frascuelo y de María”, sobran museos “de poco peso” cultural, que no vista casi
nadie, y falta sentido común para conservar aquello que merece la pena. Por
estos pagos de Dios sobran “ideólogos”, “estetas” y “mercachifles”, como dice
Agapito Maestre, dispuestos a hacer un museo en cualquier aldea situada en
medio de la nada, partiendo de cuatro alpargatas viejas, un arado, dos trillos,
tres botijos, dos cántaros de barro, una mula de cartón piedra y varias
fotografías de hace ochenta años colgadas de las paredes, y que abre al público
los martes por la tarde, suponiendo que el alguacil no tenga mejor cosa que
hacer y se digne abrir la puerta.
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