Leo que el submarino “Siroco” ha
causado baja ayer en la Armada
tras 29 años de servicio, después de proceder a una ceremonia de despedida
presidida por jefe del Arsenal Militar de Cartagena, vicealmirante Fernando
Zumalacárregui Luxán. Supongo que al submarino amortizado le cantarían aquello
de “no te vallas todavía, no te vallas por favor…” con el mismo fervor que en
“Verano azul” se lo entonaron a Chanquete. Menos mal que todavía quedan en
activo sus hermanos “Galerna”, “Mistral” y “Tramontana”, todos de la misma
camada. ¡Que pena de submarino! No
quiero ni pensar lo que habrá llorado el general de Infantería de Marina Juan
Chicharro Ortega, quien a finales de febrero escribía en “República.com”
elegías de este tenor: “Todos los años un elevado número de oficiales de los
ejércitos cesan en el servicio activo y pasan a una situación administrativa
denominada Reserva. No se trata de una jubilación pues ésta se produce al pasar
a la denominada como Retiro, tal como establece la Ley de la Carrera Militar,
al cumplir 65 años. Un grupo de hombres que no alcanzan los sesenta años y
quienes en plenitud de facultades se encuentran después de una vida plena de
actividad en una situación de paro forzoso”. Si el general Chicharro sentía
profundamente que todos los años un elevado número de oficiales de los ejércitos
cesaran en el servicio activo, imagínense ustedes el viacrucis que habrá
sufrido ayer el vicealmirante Zumalacárregui despidiendo a un submarino, que no
era amarillo, de la extinta E.N. Bazán, integrada en el extinto INI con aquella
visión autárquica de la economía y el capitalismo de Estado. Mi más sentido pésame.
Un submarino que en principio estuvo desarrollado para la lucha contra los
grandes submarinos nucleares y para enfrentamientos con flotas en solitario,
¡ahí es nada!, terminó su vida activa realizando tareas de menor calado, tales
como la recopilación de información en una zona de interés durante un tiempo
prolongado, el control del tráfico mercante, el apoyo a la lucha antiterrorista, las
operaciones antidroga y la disuasión. O sea, a labores de
simple patrullera de la Guardia Civil
o de aduanas pero con el coste para las arcas del Estado de un congo. Esa
triste deriva de un submarino de la Armada
Española, que ahora se achatarrará o se intentará vender a
Tailandia, o a Burundi, para que twas,
tutsis y hutus busquen caracolas en el lago Tanganica, me recuerda aquella anécdota del torero Juan
Belmonte. Resulta que a su exbanderillero Joaquín Miranda González, falangista que ocupó el cargo de gobernador
civil de Huelva entre 1938 y 1943, le tocó presidir como autoridad un festival
benéfico al que asistía el torero con un amigo que no entendía nada de
Tauromaquia. Su acompañante, que había oído algo sobre la biografía del gobernador
pero no sabía dónde, viéndolo en el palco presidencial, le preguntó a Belmonte:
-- Don Juan, ¿es verdad que este
señor gobernador ha sido banderillero suyo?
-- Sí.
-- ¿Y cómo se puede llegar de
banderillero a gobernador?
-- ¿Po… po… po cómo va a sé? De…
de… degenerando.
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