Elvira Rodríguez, presidenta de la Comisión de Economía y
Competitividad en el Congreso ha señalado a la Cope que los salarios públicos tendrán que
reducirse. Esta fondona señora, la misma que se fotografió junto a Aznar
poniendo la primera piedra de un trasvase del Ebro que nunca se llevó a cabo al
perder las elecciones, señalaba que se puede llevar a cabo una
“reestructuración” que supondría “a la fuerza” eliminar cargos públicos.
Pretender hacer algunas cosas “a la fuerza”, como sugiere Rodríguez, “o por las buenas o por las malas”, como he
escuchado en alguna ocasión en boca del
ministro del Interior, Jorge Fernández, al referirse a cuestiones de otra
índole, demuestra a las claras la prepotencia de ciertos personajes públicos cuando son
llevados de la mano del primo de “zumosol”. Sacan pecho como Supermán,
sabiéndose vigorosos, membrudos y corpulentos desde el mismo día en que fueron
ungidos con la mayoría absoluta el pasado 20 de noviembre. Con el latiguillo
“no queda otro remedio”, desde Rajoy hasta el tipo que lleva el carretillo en
el jardín de no se sabe dónde, aplican el rodillo parlamentario por un lado, e intentan sensibilizar a los españoles
con hacer cada viernes “reformas de calado” para procurar, dicen, lo que ellos
denominan como “medidas sostenibles”, por otro. Es cierto que las empresas
públicas “crecieron como setas” durante los años de bonanza, pero de una
bonanza –dígase todo- consecuente de la liberación del suelo hecha por José
María Aznar. Aquella liberación del suelo, digo, salvo que estuviera
expresamente prohibido por una disposición jurídica, se convertía en
urbanizable, mediante una ley que reducía además del 15% a un máximo del 10% el
coeficiente de cesión obligatoria de los promotores privados a los ayuntamientos. Aquello acabó con el pinchazo de la
burbuja inmobiliaria y la quiebra de un sector bancario y de cajas de ahorro mal
administrado por pésimos políticos y sindicalistas puestos a dedo y peor
controlado desde el Banco de España, que se supone que ejercía entonces, como
ejerce ahora, de banco de banqueros. Pero Aznar, sin cortarse un pelo del bigote, aireó posteriormente a la
rosa de los vientos: “dejé como herencia el país más rico de la historia de
España”. No explicaré adónde nos condujo aquel ultraliberalismo y en qué
situación vergonzosamente degradada ha quedado pocos años después el llamado
Estado de Bienestar. Los empleos públicos, esos que Elvira Rodríguez señaló que
“están en la periferia” y que son “hijos que han crecido al amparo de la bonanza”,
son, al parecer, los que han de suprimirse por no ser viables. ¿Qué es “viable”
en la España
de hoy? Somos un país rescatado, que hemos perdido soberanía y estamos con el
culo al aire. Como señala hoy un editorial de “El País”, “es fácil diagnosticar
que la recesión no ha tocado fondo durante el segundo trimestre; incluso puede
agravarse por los devastadores efectos secundarios de la crisis bancaria, como
la obstrucción del crédito, entre entidades y desde la banca a las empresas, la
salida de capitales o la aversión al riesgo. Los temores del Banco de España
dibujan un empeoramiento que empujará el desempleo hasta niveles social y
presupuestariamente insostenibles”. En España, que se entere Elvira Rodríguez,
habría que empezar por reducir el número de coches oficiales, de asesores al
estilo del maestro Ciruela, de dietas sin sentido ni justificación, de
duplicidades en la función pública y de despachos innecesarios a todos los
niveles. Ya sé que todo ello, en su conjunto, sólo es el “chocolate del loro”.
Pero sería un plausible gesto.
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