Pablo Molina, en su artículo
“Nadie es culpable en España”, saca el látigo de siete colas y produce con él
un chasquido en el aire por ver si algún malnacido se da por aludido, se
avergüenza y decide desaparecer del globo por el camino más recto. Tomo un
párrafo: “Hay grandes culpables de los males que padecemos, aunque, como
burgueses bien educados, a los españoles no nos guste señalar. La mayoría sigue
en los mismos puestos, y los que han debido ser cesados ante lo abrumador de
los cargos en su contra han trincado suculentas indemnizaciones para
sobrellevar los rigores de la crisis a base de excelente marisco y mejor
champán. Estos últimos, unos triunfadores en toda regla, siguen en el mercado
laboral de los grandes ejecutivos esperando a que ‘el partido’ les encomiende
otra alta responsabilidad, como mínimo igual de bien remunerada que las
anteriores en las que demostraron su gran lealtad a las siglas. (…) Ni se
suicidan, ni devuelven el trinque, ni comparecen ante la justicia ni se
denuncian unos a otros, para salvar un trasero que de sobra saben tienen
perfectamente resguardado, en virtud de su particular omertá”. Uff, cuando a Pablo Molina le ponen una
inyección de “penicilina”, la misma que le administran a los toros bravos cuando,
al intentar descabellarlos se levantan, sale a la superficie nuestra tragedia
española. Y ni aún así nos encolerizamos. Es, no sé, como si a todos los
habitantes del Reino de España, o del Reino de Jauja, nos hubiesen puesto
mientras soñábamos con lo imposible, o sea, a ser nuevos ricos de mierda el
tiempo que durase un espasmo sólo comparable al del loco Luis II de Baviera,
otra inyección de mansedumbre en vena. El Gobierno pide un rescate con muchos ceros a
la derecha del Eurogrupo para la banca, al tiempo que en la bahía de Santander
se pone la primera piedra para el Centro Botín, un futuro edificio transparente
que ha renegado del acero y el cemento y opta por la piel cerámica que
recubrirá el edificio, a base de 360.000 piezas blancas, imitando a la
madreperla. Dice Molina que “en España tiene que ir mucha gente a la cárcel.
Pero mucha. (…) Se llame como se llame, es un dinero [el ahora solicitado a
Europa] que vamos a tener que pagar entre todos, como siempre; pero como la
clase política es la que marca los términos del debate público, aquí andamos
todas sus víctimas haciendo filología barata para ver cómo denominamos el
soborno”. Juzguen ustedes.
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