Este es un país de lapsos inexplicables y preñados de
paradojas absurdas. Ejemplos: el BOE, que durante más de trescientos años fue
el catón de los edictos, leyes y derogaciones, se olvidó el jueves 20 de
noviembre de 1975, pese a ir orlado de luto, de hacer un comunicado especial de
la muerte de Franco. Lo mismo
puede decirse con el Consejo de Regencia (asunción por entonces prevista por la
Ley Orgánica del Estado y por la Ley de Sucesión, pese al
automatismo de su ejecución). Y por si todo ello fuese poco, en su número 282, la Gaceta de Madrid correspondiente al día 24 de
noviembre de ese año, primero publicado desde la coronación de Juan Carlos I, aparecen como
disposiciones más destacadas una “orden por la que se determina la normativa y
trámites que han de cumplirse en las operaciones efectuadas al amparo del
Régimen de Tráfico de Perfeccionamiento Activo”. No existe en tal orden la
menor mención al nuevo rey, cuya jura había tenido lugar treinta y seis horas
antes. Pero el lapso de mayor duración histórica, a mi entender, tuvo lugar al
término de la Guerra Civil,
cuando los fascistas victoriosos no se molestaron en derogar la Constitución de la Segunda República
Española. Lo dijo José Bergamín:
“las revoluciones son breves; las contrarrevoluciones, largas, tanto más largas
cuanto más intensas y rápidas hayan sido las revoluciones provocadoras”. La
síntesis cronológica de España, desde las Cortes de Cádiz a nuestros días, es
un cúmulo de desaciertos continuados (salvo alguna honrosa excepción) que sólo
han conseguido frenar en seco el curso normal de la Historia. Cuatro
abdicaciones y renuncias al trono (Fernando VII, Amadeo I, Alfonso XIII y Juan
Carlos I); tres destronamientos y expulsión de regentes ( María Cristina,
Espartero e Isabel II); diez constituciones (Cádiz, 1812; Estatuto Real,1834;
Liberal,1837; Moderada, 1845; Nonata, 1856, que se quedó en proyecto;
Democrática, 1869; Federal, 1873, que
quedó en proyecto; Restauración, en 1876; Republicana, en 1931, Leyes
Fundamentales, entre 1942 y 1966); diez revoluciones y golpes de Estado (
Riego, 1820, Narváez,1844, O’Donnell, 1855 (Vicalvarada), O’Donnell, 1856 con
restablecimiento de la
Constitución de 1845, Septiembre de 1868, Pavía y Martínez
Campos, en 1874, Huelga General Revolucionaria, 1917, dictadura de Primo de
Rivera, 1923-1930, proclamación de la
II República, 1931, alzamiento militar,
1936) son la prueba evidente de ese sindiós, donde siempre pagó las
consecuencias el pueblo llano. Y sobre el predominio de unas clases sobre otras:
en el periodo 1814-1833 (aristocracia terrateniente, clero y primeros atisbos
de la burguesía capitalista); entre 1833 y 1873, burguesía reformista; entre
1875 y 1923, burguesía conservadora; entre 1923 y 1931, burguesía prefascista;
entre 1931 y 1939, burguesía transformadora y enfrentamientos entre
parafascistas autoritarios y demócratas y revolucionarios; entre 1939 y 1974,
burguesía autoritaria (nacional-catolicismo). Desde entonces hasta la fecha,
triunfo de la oligarquía parlamentaria.
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