En un blog en el diario digital República de las Ideas el doctor Santiago Denia explica de
forma científica por qué la tostada siempre cae por el lado de la mantequilla,
como afirman las Leyes de Murphy. Y
nos remite a 1995, cuando el científico Robert
Matthews consiguió probar su teoría tras 10.000 ensayos. Matthews demostró
que “la tostada siempre caía por el lado de la mantequilla no por el peso de la
tostada sino por
la altura de la mesa. La tostada tiene tiempo suficiente para
dar media vuelta, pero no una vuelta entera. Si las mesas tuvieran tres metros
-aseguraba ese científico- este problema desaparecería”. Dice el refrán que a
la cama no te irás sin saber una cosa más. Ahora tengo que ponerme en contacto
con algún académico de la Española
para que éste me saque la espina de una duda. Si considero que la
diferenciación entre la (b) y la (v) se perdió pronto en el norte de Castilla,
aunque tal distinción fonológica se mantuvo en la pronunciación culta en la
“época alfonsí”, su confusión se generalizó en la
Edad Media. De modo que la (b) y la (v)
representan hoy el fonema (b) y no existe diferenciación en la pronunciación de
ambas, de acuerdo con la Ortografía de la
RAE. Tengo una anécdota al respecto que no
quiero pasar de largo. Pese que entonces era niño, todavía la recuerdo. A
propósito de la (b) y de la (v), el sabio maestro que me tocó en suerte, don José Fernández, explicaba a los
educandos que la (b) representaba un fonema oclusivo sonoro bilabial, y la (v)
labiodental. Y puso como ejemplo práctico el sustantivo vaca. “Veréis –nos dijo
a los alumnos-, en su pronunciación labiodental sale el aire como cuando se
pronuncia la (f) pero de una forma tan suave que casi no se nota. Dicho eso,
don José se dirigió a uno de los muchachos –creo que se trataba de un chaval de
apellido Peiro- y le dijo: “A ver,
tú que pareces espabilado, pronuncia la palabra vaca”. Y Peiro, subiendo el
tono de voz no dudó en responder fuerte y claro: “Faca”. Como por aquellos
años, principios de los 50, nadie discutía
sobre la bondad que conllevaba que el maestro le diese una colleja al alumno
desaplicado, don José miró muy serio a Peiro y le administró una suave
colleja mientras le decía: “¡Bah,
monstruo!”.
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